Instanteca

Una colección de instantes

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Quiero llorar porque me da la gana

Avatares tiene la vida, sucesos graves que el azar nos planta a la vuelta de cualquier esquina, trampas del destino, ausencias tristes, desencuentros inesperados y traiciones a barlovento a las que somos proclives.

Nadie está libre de que todo se vaya al traste, de que el pie del mundo nos aplaste como hormigas sin que podamos encontrar a tiempo una salida. Nadie puede eludir eternamente esos instantes malditos en los que la luz que siempre hay al fondo del túnel apenas se percibe.

Para todos llegan momentos tristes, inmersiones profundas y a pulmón libre en el lago de la pena, relámpagos en vena que arrasan por donde pasan y destrozan todo lo que encuentran en su camino hacia las estancias del corazón.

En el centro de esos chispazos oscuros que también a mí me ocurren, tengo la dichosa costumbre, adquirida en tiempos remotos de manos de un poeta, de recitar unos versos que aprendí de memoria en la escuela.

Un mantra continuo que recito en voz alta —todo lo alta que el nudo de la garganta permite—, que me libera el pecho, me seca las lágrimas y me alivia el rostro. Versos que me sobrecogieron aquella primera vez que los leí y que aún ahora me estremecen.

Quiero llorar porque me da la gana

como lloran los niños del último banco,

porque yo no soy un hombre, ni un poeta, ni una hoja,

pero sí un pulso herido que sonda las cosas del otro lado.

Quiero llorar diciendo mi nombre,

rosa, niño y abeto a la orilla de este lago,

para decir mi verdad de hombre de sangre

matando en mí la burla y la sugestión del vocablo.

No, no, yo no pregunto, yo deseo,

voz mía libertada que me lames las manos.

En el laberinto de biombos es mi desnudo el que recibe

la luna de castigo y el reloj encenizado.

Así hablaba yo.

Así hablaba yo cuando Saturno detuvo los trenes

y la bruma y el Sueño y la Muerte me estaban buscando.

Me estaban buscando

allí donde mugen las vacas que tienen patitas de paje

y allí donde flota mi cuerpo entre los equilibrios contrarios.

(fragmento del Poema doble del lago Edem, del libro «Poeta en Nueva York» [1929/30] de Federico García Lorca)

Examen de septiembre

Instrucciones:

Resuma en este espacio todo lo que ha aprendido hasta este verano de cada materia. Tiene cinco minutos de plazo. Procure hacerlo con buena letra.

Respuesta:

De matemáticas he aprendido que dos es más que uno más uno y que si se dividen las penas es más fácil sobrellevar el resto. Que tres por dos no es una cuenta, sino una oferta del supermercado. Que decir cuatro por cuatro, no es pensar en el comercio justo, sino en un todo—terreno. Y que para sumar cántaras de leche hay que mirar primero en dónde se ponen los pies.

De geografía ahora sé que el mundo ha encogido y que ya no mide ochenta días. Que Plutón es un planeta jubilado que se ha quedado en cuerpo celeste y que el espíritu olímpico grita mucho, pero es un gas inerte. Que pintar fronteras con sangre es un negocio boyante que nunca está en crisis.

También he aprendido cosas de ciencia, por ejemplo que, aunque nos vean más gordos, los espejos nunca tienen anorexia; o que lo más caro no es el oro, ni el agua ni el petróleo, sino la tinta de una impresora y las patatas fritas de bolsa. Que es mucho más grave que el efecto invernadero, y más invisible, la deshumanización del planeta y la hambruna insostenible.

La literatura es lo que tengo más flojo, pero he aprendido un poco. Que la poesía no es para el verano, que las novelas se venden por kilos y que la tecnología ha matado al diccionario. Y que además del punto final y el punto y seguido, también está el punto com, que es donde escribo.

Pero sobre todo he aprendido que sólo existe lo que sale por la tele. Que siempre hay un fin del mundo en la portada de cada diario y que, del árbol caído, sólo sabemos hacer leña. Que el ojo de Dios fue el primer el Gran Hermano y que por eso debe ser muy sano que nos vigilen con uniforme desde un satélite.

Marca de agua

La noche se estira por encima del laberinto de penumbras y empieza así mi viaje. Parto hacia lugares a los que tan sólo puedo llegar con el corazón encendido, mientras el sopor me invade y se me clava en el filo encogido de las pestañas.

En el centro de ese huracán suavemente consentido, me atormenta no saber si es culpable tu piel o el roce inocente de las sábanas. Si tu sombra es un remolino que me dejó engañarme y quiso atraparme en su giro con un reflejo escapado a hurtadillas de la lámpara. O si tu olor, vereda dulce que conduce hasta tu pecho tierno, sólo es un rumor pasajero, como la niebla de invierno que salpica las madrugadas.

Y cuando regreso de todos esos lugares a donde nadie más que tú sabe llevarme y me asomo, con los parpados entreabiertos, por la ventana del paisaje que entra en mi habitación, me duele hasta el extremo no distinguir lo falso de lo cierto, ni la realidad de la imaginación.

Por eso quiero que bordes en el cielo, con el brillo de tus ojos desgranado en hilitos de plata, una luna redonda que siempre flote en mis sueños como una marca de agua.

Catálogo

Antiguos conocidos de la infancia, amigos de nuestros hermanos y hermanos de nuestros amigos, vecinos propiamente dichos y otros adquiridos por razón de doble residencia, compañeros de trabajo presentes y pasados, transeúntes conocidos, clientes asiduos al bar del desayuno, personajes nocturnos del paisaje de las copas, ex-novios o ex-novias y su séquito de amigos.

Dependientes de la carnicería, asesores fiscales que nos sacaron de un apuro, compañeros del viaje organizado que hicimos el verano del ochenta y uno. Todos los que estudiamos en la misma clase, los colegas de la mili que nos cambiaban las guardias y los componentes de nuestra pandilla adolescente, aunque acabáramos peleados por asuntos de faldas.

Correligionarios de partido, de sindicato, de asociación de vecinos o de ONG, los del equipo de fútbol de la peña en la que jugamos los domingos, consuegros, clientes habituales, ex-cuñados, compañeros de nuestros hijos y el mecánico que siempre nos coge el coche aunque tenga el taller atestado de vehículos.

Colegas de profesión o de afición, contactos del messenger o del skype, visitantes del blog, blogueros que visitamos, los colegas de los colegas, dentistas, ginecólogos y matronas, la peluquera de la familia, el cura que nos casó, ex-vecinos simpáticos y todos los maestros varios que tuvimos a lo largo de la vida y que aún vemos con ojos de niño cuando nos los tropezamos.

Amores platónicos y otros que no lo fueron tanto, enredadores y celestinas, correveidiles de las novias con los que nos mandaban la razón de que seguro que les gustábamos. El portero del cine de verano que nos dejaba pasar a hurtadillas, el dueño del kiosco en el que compramos los sábados el periódico. También su hermano, que venía a sustituirlo cuando le daba la alergia. ¡Ah! Se me olvidaba. Y también Serrat, aunque no tengo el gusto de conocerlo de cerca.

Este es el catálogo extenso —seguro que se me olvida alguien— de todos los que llamo amigos. Podrías pensar que soy injusto contigo, que tu sitio está por encima de esa lista tan larga. Y es cierto, no lo dudes, pero quiero que sepas que les llamo amigos con mucho respeto. Porque, aunque aún no lo sean del todo, recuerda que hubo un tiempo en el que nosotros también fuimos eso que son ahora conmigo. Tú y yo, también, estuvimos entre ellos.

Por eso y porque no hay nada grande en este mundo que, alguna vez, no haya sido pequeño.

Curriculum somni

Sueño con serpientes y con tiburones, con dragones y princesas. Sueño tardes con Teresa a la orilla del mar. Tengo molinos alquilados para confundirlos con gigantes y un Macondo nuevecito, empaquetado y listo para habitar.

Hablo con Teseo de nuestras cosas del laberinto y converso en verso con Cyrano de Bergerac. Sueño que estoy al otro lado del espejo, atrapado en el cristal, corriendo detrás de un conejo y sin ver a Alicia por ningún lado. Y termino estresado, al borde del diván, con una libreta en la mano, preguntándole por sus papás a la Bella Durmiente que duerme a mi lado.

También sueño con niños que van andando a la escuela de la mano de sus mamás. Bueno, y a veces con sus maestras, pero de eso prefiero no hablar. Sueño con bicicletas que vuelan extraterrestres, con la isla de Nunca Jamás, con que puedo quererte verde —a ti, no a Peter Pan— y encontrarte floreciente cuando abril me tenga que despertar.

A veces me vuelvo un poco (p)Ícaro, pero al final acabo volando bajito, a ras de suelo, sin perder de vista el horizonte, para que no se me escogorcie la cera de las alas. Sólo me permito coger altura y hacer travesías largas cuando se hace de noche y subo a dar una vuelta por la luna.

Tengo guardados en los sueños, qué sé yo, doscientos mapas del tesoro, veinte o treinta loros, siete patas de palo, dos de acero inoxidable y catorce parches para el ojo malo.

No hablo ningún idioma, pero juego al fútbol con Cruyff y Maradona y nos entendemos que es un primor. Por cierto, que igual un día invitamos a Messi, para echarnos un dos contra dos.

No escribo bien a máquina, ni a mano. No tengo principio ni final ni término medio. Pero así soy yo y aquí presento mi curriculum de sueños, por si queda libre alguna plaza de soñador.

Cartografía

En vuelo cercano surcan las alas de mis manos la llanura oblicua de tu vientre. Se detienen en el abismo de los costados para atraer el vértigo sobre tu piel y, por si no es suficiente, vuelven sobre sus pasos hasta el punto de partida para empezar otra vez.

Después, más arriba, por el paso estrecho que separa las dos colinas, se enredan en ellas haciendo garabatos, dibujos simples de doble acrobacia, mientras rozan y amasan los filos de las montañas antes de subir a la cima.

Desde allí apostados, enhebrando los vértices en el temblor de mis dedos, se abre un paisaje inquietante de cuellos vencidos y labios sedientos. Cuando bajo con los míos, de salto en salto, por las laderas que me llevan abocado a rozarte el corazón, noto un galope tendido, un terremoto continuo, que me retumba en los oídos y me acelera la respiración.

Se abren tus lunas para mí cuando mis ojos consiguen llegar a su altura, mientras comienza el giro de los planetas para dar paso a una noche que nos acecha expectante. Lo que antes era encima, ahora es debajo. Lo que antes dijimos atrás se confunde con delante. Norte y sur se entrelazan en un suspiro, mientras un instante infinito nos atraviesa todos los labios.

Aquel sueño de explorador, este ansia de geografía, la expedición emprendida hacia tu arca del deseo, me revienta por dentro en mil pedazos. Y el mapa de tu piel, ese que llevo escrito en mis dedos, se deshace en este papel y me invade los sueños inacabados.

Fascículos

He empezado a coleccionar las piezas de una casa de muñecas. Y esas miniaturas de coches de época, y a hacer la maqueta de un tren para jugar con él en el salón.

Quiero comprar un armario en el que meter la de minerales raros que empecé ayer. Los carteles de películas buenas para colgarlos en las paredes, las miniaturas de superhéroes, las muñecas de porcelana y un cajonero con mi colección de abanicos hechos a mano.

Y un joyero para los rosarios, para los relojes de bolsillo, para las muñequitas de porcelana. En otro armario quiero poner las mariposas disecadas, el curso de japonés y la colección de navajas.

Tengo que liberar algún estante para cuando termine de hacer el barco que va dentro de la botella. Y para la colección de dedales y la de llaveros y los cuadernillos de croché y las novelas de Agatha Cristie y los cromos de futbolistas y el coleccionable de sudokus y muchas más cosas absurdas que tengo en la lista…

Sólo son extravagancias, no temas. Adolescencias perdidas, que me esconden el hueco que separa tus visitas. Aunque todas las colecciones comienzan en septiembre, yo no pienso perderte de vista.

Porque, la de la vida, empieza siempre. Y me regala en tus labios, en cada fascículo, una moneda que me nombra, con su cara de la memoria y su cruz del olvido.

Incluso tú, incluso yo, de susurros prestados, de besos concretos y de coincidencias, tenemos pendiente del hilo que hay entre los dos, una colección incompleta.

Me laten la impaciencia y el corazón, esperando en silencio la próxima entrega.

Culpable

Era un nudo en el cuello, un asfixia ligera, un aire que no entra, el corazón que se detiene un instante…

———¡Nunca dices nada! Te quedas ahí, callado…

Era un espacio agobiante, un silencio atascado en la cabeza, una angustia que se queda y no quiere marcharse…

———¿Sabes? ¡Me desesperas! No aguanto más…

Era un espasmo imperceptible, un subidón de espuma en los oídos, un estruendo de cuchillos, una palabra indecible que te agujerea la lengua…

———Por lo menos podrías pedirme perdón, o decirme adiós… o algo…

Era un fuego en la garganta, un espíritu envejecido, una fractura en el hielo del alma, un tictac de reloj enfurecido…

———¡Vete a la mierda!

Era una explosión en el pecho, una opresión en el vientre, un murmullo de arena eclipsando los labios, un fragor de ideas desorientadas, una veleta rota que no deja pasar el aire…

No dijo nada. Y nada sabemos nosotros de lo que pasa. Pero el veredicto que dictan nuestros prejuicios es… culpable… en lugar de confuso.

Depredadora

Se asoma, primero, con la cara incrédula de la casualidad. Acercándose despacio, paso a paso, tranquila, mirando hacia otro lado, como si aún no supiera qué camino ha de seguir.

Nadie debe advertir su presencia. Por eso espera sin hacer ruido a que yo no mire para fijar su atención. Estudia mis movimientos, mis andanzas, mis silencios —tal vez mis palabras—, escogiendo el momento preciso para actuar.

La presa está desprevenida, el viento sopla a favor y flota en el aire un instinto de supervivencia camuflado. Es el instante que llama, el más adecuado, cuando los sentidos están preparados y se atenúan hasta suspiros los latidos del corazón.

Entonces ataca furtiva, imparable, saltándome las defensas de la razón con un escorzo invisible. Un movimiento vertiginoso, una sombra, un fotograma borroso, una niebla de velocidad. Una convulsión sutil que cambia la visión de las cosas sin dejar ningún rastro en los ojos.

Basta un roce de su tacto poderoso, una mínima caricia, un guiño, un ademán apropiado. Un gesto tan sólo, un mohín, y el veneno está dentro, inundándolo todo, tomando cuerpo, avanzando hasta dentro y explotando en el corazón.

El espíritu, por fin, se percata de la maniobra hostil. Pero ya es tarde, no se puede hacer nada. Revolverse para retenerla, lo único que consigue es acelerar su retirada intempestiva. No se puede hacer nada más que sufrir y suspirar con fuerza.

Suspirar con fuerza para que detecte mi presencia, para no pasar inadvertido y para que en cada suspiro entienda que quiero que me vigile más de cerca.

A mí ya me ha atacado varias veces. Ten mucho cuidado, porque sigue al acecho. Es una depredadora insensible que siempre cambia de rostro y de cuerpo. Y a la que no percibes cuando viene sino cuando se va.

Ten mucho cuidado y procura ponerte a tiro. Porque así se las gastará, también contigo, la devastadora felicidad.

Habrá días

Habrá días en los que te envolverá la tristeza. Te atará con lazos simétricos al torbellino del desamparo. Cada suspiro exhalará de tu pecho un aire antiguo de deseos malogrados, de vidas paralelas que no acaban cruzándose ni siquiera en el infinito. Te hundirás en el mar bravío del desconsuelo y el peso de la añoranza te hará caer hasta el fondo de un abismo sin fin.

Habrá días en los que te atormente la soledad. Te dolerá el hombro en el que no se posa ninguna mano y te arderán las palmas con las huellas de pieles exentas. Como un remolino en el mar, el hueco de un abrazo vacío te succionará hacia el olvido y, para escapar, no habrá más remedio que abrazarse a la fe de lo desconocido que está por llegar.

Pero también habrá días en que puedas tocar el cielo, flotar sobre el suelo y frotarte los ojos con incredulidad. Te costará soñar encuentros mejores y encontrar mejores sueños. Se te olvidarán los dolores y el genio de alguna lámpara te mostrará, sin más protocolo, que ya encontraste lo que viniste a buscar.

Hay que estar preparados, porque el azar es un zoco, un rastro, un mercado revuelto, un tenderete loco. Una feria inmensa de la que no se puede escapar y en la que se puede encontrar de todo. Y hay que estar preparados para regatear.

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