Es verdad que todo el mundo le conoce, que es famoso, que enciende los flashes allá por donde va. Que va regalando autógrafos y que siempre lleva una alfombra roja en los pies. Sin embargo, cuando sea mayor qué cosas más curiosas se piensan en días como hoy, yo no quiero ser Harrison Ford.
¡Qué sí, qué sí! Que ya sé que gusta porque tiene un no se qué madurito, entre atractivo y sexy. Que supongo que será millonario, que tendrá coches caros, que nunca pasa desapercibido. Pero el caso es que, cuando sea mayor, yo no quiero ser Harrison Ford.
Porque, cuando el tiempo avance, yo no quiero que dudes nunca de si tal vez puedo ser un replicante. Porque no quiero que creas que todo lo que hice estaba escrito en un guion y que sólo actuaba para la cámara. Porque no me gusta nada que me confundan con la gente de los látigos, ni con la de las espadas.
Si me gusta, si me parece un gran actor, si me emocionó verle la cara mientras su hijo le enseñaba a atarse los zapatos. Y alguna vez hasta me ha hecho soñar que descubría un tesoro enterrado a lo Indiana Jones o que luchaba contra los malos en plan socarrón desde el Halcón Milenario o que era un presidente que vivía en un avión. Pero es que yo, cuando pasen los años, no quiero ser Harrison Ford.
Si no digo que no sea un tío majo y pinturero, ni que no esté envejeciendo bien, ni que haya vivido mucho y mucho tenga que contarle a sus nietos. Seguro que es un tipo estupendo, que sabe montar a caballo y caer de pie cuando salta de un edificio en llamas. Pero no, por más que sé que mi calvicie avanza, yo no quiero ser Harrison Ford.
Cuando sea mayor, yo no quiero ser Harrison Ford, porque lo que quiero es no ser mayor, seguir siendo adolescente o tener dos edades diferentes, que se lleven las dos fatal y te produzcan un efecto Serrat. Para que así, y así que pasen los años, dondequiera que estés, te acuerdes de mí al leerme. Y te parezca que todo está escrito para ti, incluso sin conocerme.
O es que ya soy mayor, o es que no sé lo que quiero. O todo a la vez y las dos cosas primero. O es que, en el fondo, me gustaría ser como Harrison Ford. Serán cosas de la edad.
* * * *
Y ahora es el momento, ya me toca soplar las velas de dos cumpleaños. Como adolescente sólo se me ocurren imposibles y extraños deseos. El de dejar de ser Aries por un tiempo y hacerme Sagitario, o el de no dejarme este amor tan pequeño, encontrado y perdido en el mismo calendario.
Como mayor, deseo poco: poder devolver todos los bailes que dejé prometidos, encontrar algún día los abrazos perdidos que no pude dar y que haya un sexto sentido que aún me desvele. Y que el adolescente y yo sigamos unidos, que tengamos suerte y que siga siendo caprichoso el azar.