Estas horas parecen espiarme cuando se toman su tiempo para ir resbalando por las pantallas, cuando se toman su tiempo entre palabra y palabra nunca dicha, cuando se toman su tiempo entre reglones consecutivos que apenas expresan círculos de nada para acercarse a los vértices de todo, cuando se toman su tiempo pero nunca su espacio.
Este sillón que me tiene anclado a las puertas de otro mundo me impide a la vez el paso y el retorno, me expulsa y me invita a un paraíso inútil y fosforescente en el que no caben más que dos sentidos, de los que ninguno es el común.
Estas teclas que se hunden en mí, me devuelven de uno en uno los golpes no recibidos, se rebelan altivas ante el peso de unos dedos inseguros y sólo consigo extraer de ellas una retahíla de mudos sinsentidos que apenas duran el tiempo que tardo en existir.
Y por si faltaba algo, por si todo eso fuera poco, por si no fuese ya mi situación suficientemente extraña, él está enfadado conmigo porque ahora cree haberse dado cuenta de que no le sirvo para nada.
Pero yo estoy muy contento de servirle para tanto y sé que le importo. Mirad si no todo el cariño con el que me está diciendo que le estorbo.
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