——Parece que ha crecido un poco, ¿no? ——dijo mirándome a los ojos——. Antes estaría así, más o menos ——y extendió tres dedos.

——Pssssiiii ——dije yo sin estar muy convencido y me asomé a verlo.

No se veía mucho a través del cristal del horno, sólo mi cabeza, que giraba muy despacio, contenida en un recipiente hondo. Ella se apartó al otro lado, se apoyó en la columna y seguimos charlando de esos importantísimos asuntos banales de los que están hechas todas las complicidades.

——¿Sube o no sube? ——preguntaron de nuevo las voces de la sala——. ¡A ver si es que tiene pocos huevos!

Algo más tarde, volví a asomarme y me quedé asomado, mirando a cada instante, embobado. Veinte risas después, y alguna carcajada, el olor y la impaciencia nos decidieron a abrir el horno. Pero el espectáculo me decepcionó sobremanera. Allí sólo había un recipiente redondo de cristal, conteniendo un objeto dulce, sí, aunque inocuo.

Pero las piernas que yo miraba girar, no, no, no. ¡No estaban en el bizcocho! ¡Bah!