Me desconsuela tremendamente vivir en este mundo de cuerdos, en el que la verdad se esgrime como una espada. Una espada que corta, rompe y aplasta sin misericordia sueños y corazones. Todo lo que toca acaba por malherirse, si las manos que la guían, deciden, como casi siempre, hacer la vista gorda y mirar a lo lejos.
Muchos se vanagloria de «decir la verdad», de «hablarte a la cara». Espero que sepas de que te estoy hablando: de cuando un alguien cualquiera irrumpe en tu espacio, dispuesto a redimirte «por tu bien» o «para que te enteres», contándote una verdad, que, normalmente, tiene mucho que discutir y que te hace sentirte tan cansado…
Esa gente, no sé exactamente por qué ni para qué, cree que la verdad le otorga un cierto salvoconducto; un permiso especial que les confiere el poder de hacer saltar las alarmas, prenderle fuego a tu vida y sentirse bomberos en acto de servicio.
Y no es que me moleste la verdad, sino el desprecio, el fanatismo. Esa visión única del mundo en dónde no cabe ninguna otra. Esa necesidad de ganar, de tener razón, de emprender batallas y terminar victorioso. Ese pasar con soberbia por encima de sentimientos, insultando inteligencias. Esa forma, en fin, de pisotearnos los unos a los otros, repitiendo cansinamente actitudes ancestrales.
No quiero que me escupan en la cara. Ni siquiera en el hipotético caso de que lo hagan con la verdad. Antes prefiero mil veces que me besen con una mentira y no tener que salir de mi error.
¿Qué me importa que dos y dos sean cuatro, si creer que son cinco me deja una mano libre para dibujar caminos sobre tu vientre? ¿Qué más da que no tengas fiebre si al pensarlo puedo enterrar mis labios entre tus ojos? No necesito saber de quién era el hombro que buscabas ni de donde salieron los versos que me escribiste para recordar que la ternura me visitó.
Para contarme la verdad, no hace falta que me la vomites. Clávame una duda bien adentro y deja que se infecte la herida. Mi dolor te pedirá la verdad a gritos desgarrados. Entonces, sólo entonces, cúrame con ella.
¡Dejadme en paz con tanta verdad! ¿O no veis que no es más que la verdad, que no me importa y que no curará mi locura?