Una colección de instantes

Preludio (Página 10 de 18)

Todo sigue tranquilo

Todo empezó una noche tranquila. Los búhos tenemos este don oscuro de la nocturnidad —y posiblemente, también, el de la alevosía— con el que afrontamos el transcurso impredecible de las cosas.

Yo estaba sereno, silencioso, con la cabeza en otra parte, en esa otra parte en donde siempre la escondo, cuando el espejo vino a mí con palabras escritas en su luna.

Mi corazón se miró en él y el torbellino del azar me abrió las bocas de los dedos de par en par, que aún deambulan, perdidas, en el laberinto de la memoria.

Yo sólo quería saber más de los encuentros extraordinarios, para invocar regresos y encontrar el camino por donde volver al principio antes de que llegara el fin. Pero sólo he aprendido de lo extraordinario de los encuentros y que cada final no es sino otro principio.

Soñaba con conocer mejor a los demás y resulta que no puedo ni reconocerme a mí mismo. Decidí empezar a no pasar inadvertido y, sin embargo, sólo consigo que los demás no pasen inadvertidos para mí.

Esta noche también está tranquila. Mi cabeza está llena de música, sigo esperando coincidencias y tú, seguramente, vuelves a estar dormida. Han pasado dos años como un soplo, como un suspiro, y todo parece igual.

Sin embargo, ya nada es lo mismo. De la duda de escribir como hablo he pasado a la certeza de hablar como escribo. Al principio, Instanteca era yo. Ahora yo, ya sólo sé ser Instanteca.

Empecé creyendo que era búho. Y la verdad es que nunca he dejado de ser princesa, porque cada noche quiero que vuelvas y me enseñes tu espejo.

La última palabra

Vivimos rodeados de despedidas. Despedidas simples, pequeñas, imper-ceptibles.

Decimos la última palabra sin darnos cuenta de que lo es, como un ejercicio cotidiano de indiferencia. Decimos la última palabra en cada encuentro fugaz, confundiéndola a veces con la primera, sin el más mínimo resquicio para la afectividad.

Decimos adiós sin saberlo. Vaciamos estantes y cajones llenos de recuerdos y los embolsamos en el olvido de la basura. Pintamos las paredes, removemos los muebles y nos deshacemos de aquellos enseres que una vez nos llegaron como tesoros.

Nos despedimos del pasado incómodo, alegando falta de espacio. De todo aquello que denuncia que ya no somos los mismos. De la ropa que ya no nos queda, de los mapas que anduvimos en vacaciones, de las entradas del concierto en donde nos vimos la primera vez…

Los demás se despiden también, dan pasos largos, se encuentran en los susurros y asoman el corazón un ratito, sin que se les note mucho. Entonces, no sé sin con un pellizco de tristeza o con un gramo de miedo, te entregan su herencia de papeles de colores para creer, de este modo, que no se rompen del todo los lazos con el ayer y que los dejan en buenas manos.

A pesar de la inercia de lo leve, del espejismo del propio yo y de la infidelidad de la memoria, la vida está llena de despedidas cobardes y tristes. Y de despedidas alegres, valientes e imposibles. De adioses consentidos y de separaciones inconscientes…

Cuando me sonreíste con otro «hasta luego» y me perdí entre los coches aparcados, supe que ya no me quedaban más gotas de suerte. Por eso me alegro tanto de aquel último esfuerzo que hice para verte.

Oro

Me miran con los ojos abiertos, con sonrisas en la cara. Me saludan los desconocidos y me abordan con cualquier excusa para apretarme las manos con fruición o darme dos besos consecutivos que acepto sin rechistar.

He oído mi nombre en muchos idiomas, desde labios desconocidos que me tratan como si todas las noches cenara en sus casas. Tengo los bolsillos repletos de bolígrafos olvidados en mis manos derramadoras de tinta.

¡Cuánto he tardado en llegar a la habitación! Tuve que sortear periodistas armados con micros y tarjetas plastificadas, atrapado en un laberinto de preguntas que ya llevan la respuesta incorporada. Debo estar en la memoria electrónica de muchas cámaras, entre rostros desconocidos que me abrazaban como si fuésemos amigos.

Tenía ganas de llegar, de estar solo conmigo mismo, de digerir los acontecimientos de esta tarde. He hundido la cabeza hasta el fondo, bajo el chorro de agua fría del grifo, para despertarme de este giro de los acontecimientos que supura euforia y adrenalina.

Al secarme, por detrás de la toalla, ha aparecido un rostro en el espejo. He reconocido la cicatriz en el labio —de mis tiempos de ciclista de parvulario—, el lunar de la mejilla que se le antojó a mi madre, las arrugas profundas que adquirí al bajo precio de sonreír todos los días un poco y las bolsas en los ojos que el insomnio me deja lucir. Soy yo, —he concluido—, el mismo que cuando salí esta mañana hacia el pabellón.

Sólo me resulta extraño el roce de la cinta que tengo en el cuello y ese frío redondo de medalla sobre el pecho, justo a la altura del corazón. Su brillo aún no me ciega, pero confieso que me hierve en los dedos un cierto tacto de Midas cuando lo toco. Espero no volverme loco y que no me aplaste con su peso lo que me quede de vida.

Lascivia

De vez en cuando busco en otras partes del mundo personas para charlar. Me gusta saber de otros sitios, traspasar las barreras horarias e intentar ser capaz de mirar las cosas desde otros ojos.

Su nick decía Sandra, pero su nombre Daniela. En Argentina debía ser media tarde y quizá estuviese conectada. Al fin y al cabo, el invierno acorta los días del hemisferio por el que pasa.

Soy la persona más feliz del mundo cuando me dices hola porque, aunque sólo sea un segundo, has pensado en mí.

Eso decía su perfil, y el estado de su programa lo corroboraba con un escaipmí (skypeme).

Así que me atreví y con un clic de ratón se abrió la ventana intercontinental dispuesta a traspasar letras a golpe de teclas.

———Hola, ¿qué tal? ———le escribí, aunque ahorrando ortografía para los tiempos de escasez——— Un saludo desde España.

La respuesta se hizo esperar como siempre ocurre con los grandes asuntos, que precisan de víspera para darse la importancia necesaria. Veinte minutos después, el color naranja parpadeó para anunciar su respuesta:

quiro decirte no soy la mujer que tu busca para tus placer,asique mi respusta esa no

Así que perdí una amiga antes incluso de tenerla como tal. Me está bien empleado, por tonto. Y por tanto saludar y con tanta lascivia.

Indemne

Cuando salió del espejo, lo primero que escuchó fue un ruido de agua corriente que provenía del exterior. Después miró despacio la habitación, que se le aparecía desenfocada, como cuando se despierta de un sueño en mitad de la madrugada y la oscuridad tarda un poco en apartarse de los ojos.

Fue reconociendo los muebles, los colores, los aromas. Le agradó sentir el tacto frío del suelo despertando sus pies descalzos y agradeció el oscuro desconocimiento del paradero de sus zapatos.

Acto seguido, notó la tela del vestido rojo que la separaba de la desnudez. «Rojo», pensó, y no pudo detener un cierto sobresalto que cruzó la aureola de sus pechos al recordar lo sucedido en el otro lado.

Sacudió la cabeza como espantando los mosquitos del pasado y se reviso concienzudamente en busca de pétalos, naipes, rosas, sombreros, hongos, tazas de té, pelos de conejo o cualquier otro resto que delatara su aventura.

Se palpó la cara y los labios en busca de no sé qué señales de besos que recordaba haber sentido, se mesó los cabellos para enturbiar la sensación que tenía de que se habían zambullido en ellos otras manos. Alisó su vientre, repasó sus caderas, calmó sus senos. Y escuchó atentamente los latidos de su corazón, por si la llamaban con la voz de algún nombre extraño.

No encontró nada, ningún rastro peligroso, salvo esa mezcla de angustia y alivio que antecede a la duda. A la incertidumbre de no saber si las cosas extraordinarias que nos ocurren han sido reales o somos víctimas de un sueño. Pero todo parecía estar tal y como lo dejó. Sintió que era ella misma otra vez y que había conseguido salir indemne.

Pero no se puede, querida, no hay manera de salir ileso, porque nadie es inmune a la fantasía, porque nadie está a salvo de los sueños. Y aunque pudieras tapar tu parte para olvidarlo todo y sellar la puerta de la inquietud, cuando se te cierren los ojos, tu reflejo regresará ingrávido a la luz con la que brilló en este lado del espejo.

Yo no puedo salir intacto, necesito quedarme dentro. Aunque todas las noches espero que vengas a mi fiesta de no-cumpleaños.

Somos levedad

Es leve la vida, inasible, escurridiza. Se esfuma como una niebla y nos traspasa como un viento revoltoso que nadie sabe de donde viene, ni hacia donde va.

No nos espera cuando queremos dar el primer paso, ni hay manera de echarla a andar cuando se amortigua el vértigo de los días y resbalan incesantes las rutinas cotidianas que no dan tiempo para soñar.

Y después, cuando vemos que se alejan los instantes percibidos, cuando el último grano de arena se resiste a perderse entre los dedos, cuando la sed del pasado inunda el presente, aprendemos que la vida es, precisamente, todo eso que tuvimos y que ya no podemos retener.

Entonces se vuelve de humo, que se queda en los ojos enturbiando la vista. Se convierte en el aire que duele en los pulmones trece veces por minuto. Y a fuerza de mirar las sombras que proyectamos juntos, acabamos olvidando la luz que las crea.

Es leve la vida, un suspiro apenas, y su sustancia descansa en creer siempre lo contrario. Pero es mucho más leve aún cuando tú te vuelves intangible a través del paso lento de los calendarios.

Entre aquel te quiero y este no me olvides, la vida se me ha vuelto silencio y espacio libre.

Conexión

Martes

Nada más aparecer en pantalla la foto que me había enviado mi amiga, la vi con mis propios ojos. Estaba allí, igualita que hace diez años, tal y como yo la recordaba.

Inmediatamente quise confirmación y le pregunté a mi amiga que quién era la chica que aparecía con ella en la foto.

—Una amiga, compañera de estudios, y se llama igual que yo —respondió un tanto sorprendida.

Hice mis cuentas y no, era demasiado joven para ser ella. Pero se le parecía tanto que el corazón me hizo un amago de sobresalto.

Miércoles

Pasé por el salón mientras llevaba platos y vasos para la cena. La televisión estaba encendida en modo niño (o sea, a toda voz y sin que nadie la viera) así que no pude evitar escuchar aquella chica que leía una carta.

Me gire hacia la pantalla y allí estaba, igualita que hace diez años, hablando con la misma voz con que yo la recordaba. Era un anuncio en el que personas anónimas van leyendo por trozos una carta y ella fue la primera. Esperé por si salía otra vez, pero no, no hubo suerte.

No podía ser, demasiada casualidad. No obstante, marqué el número de mi amiga y le conté lo sucedido. Ella, sin darle ninguna importancia —más bien incómoda con mi llamada—, me dijo que sí, que ya había visto antes ese anuncio y que la muchacha en cuestión se parecía un poco a su compañera de estudios.

Jueves

En la puerta del supermercado, después de un rato de no encontrar lo que buscaba, yo salía con las manos vacías y ella entraba.

Al verme pareció muy sorprendida y sonrió mientras se acercaba. Había cambiado, diez años dejan rozaduras de vida en todos los mortales, pero no me cupo ninguna duda.

Nos abrazamos con ese cariño que siempre se queda encendido aunque uno crea haberlo apagado, nos deshicimos de la prisa y departimos casi eufóricos, pegados a la pared de la entrada, durante un buen rato.

Seguía siendo muy hermosa, con aquellos ojos abiertos y expresivos que parecían quererte descubrir el alma. De su voz susurrante seguía brotando una cierta clase de magia y yo no quería que se acabara nunca el hechizo.

Pero cada vida tiene que seguir su camino y llegó el momento de despedirse. Besos que saben a pasado y promesas de contacto que no se cumplirán. Pero antes del hasta pronto, se puso risueña y me dijo:

———¿Sabes lo más curioso?

———Cuéntame.

———Que precisamente hace un par de días que soñé contigo, aunque no recuerdo qué. Una tontería, no me hagas caso, no sé porque te lo he dicho.

* * * * *

¿No te ha ocurrido nunca que pensaste en alguien con vehemencia y al poco tiempo apareció? Quizá dejemos un rastro en los demás y alguna clase de energía se conecta o fuerzas astrales que se reclaman a contracorriente.

Sería maravilloso que existiese esa comunicación de los espíritus, de modo que, cuando dos personas piensen mutuamente la una en la otra, se genere algún tipo de fractura en el azar a través de la cual pudieran verse.

Yo pienso demasiado en ti. Tanto, tanto, que podría decir que siempre. Pero… tú… ¿en quién piensas que no apareces?

Silencio

Se hace el silencio en el mundo de los ruidos. La noche sube imparable por el camino de la luna.

Cuelgan del techo los instantes más nítidos y yo, adormilado, me esfuerzo en no perderlos, repasándolos despacio para dejarlos reposar en el filo de la memoria.

Se me escurren entre las sombras, no puedo evitar que este corcho que me va envolviendo la cabeza me los arrebate. Doy otra vuelta en la cama, esperando que salga al rescate la resistencia de las sábanas, el calor de tu cuerpo cercano o el viaje dulce de tu fragancia.

Nada más que vacío se palpa, vacío ausente, sueños efervescentes que huyen de madrugada cobijándose entre las manecillas del reloj. Fantasmas de besos dados al aire, espíritus que danzan un baile extraño. Todo son huecos a mi alrededor, pero ninguno lo encierran tus labios.

Al fin, se me vencen los ojos esperando imposibles. Mientras baja despacio la noche por el camino del corazón y me ocupa con silencio todo el espacio libre.

Arqueografía

Diecinueve años y ya andaba yo con la cabeza llena de pájaros.

He estado leyendo mis poemas de juventud, mirándolos al trasluz, como en un ejercicio arqueográfico, intentando decidir si aún hay algo de mí en ellos.

Y si hay algo de ellos en mí.

LUCES

Doradas luces de tiempos pasados

me han atrapado, silenciosas,

entre recuerdos nunca vividos.

El espejo refleja sin gana

azules imágenes muertas

de gente imaginaria.

Todo es sueño y oscuridad…

Y la luz parpadea lentamente

sobre las lágrimas de ayer

que derraman hoy

mis ojos anhelantes de mañana.

(Granada, 5 de julio de 1984)

Lata

Tus monsergas eran la sal de la vida. Disfrutaba con tus juegos, con tus idas y venidas, con tu espíritu aventurero. Mi corazón inquieto saltaba de alegría con tus pesquisas de juguete envueltas en palabras tiernas.

Las dudas más bellas me florecieron en tus labios cuando intentaba adivinar el porcentaje de verdad con el que me estaban hablando. Me dabas la lata con tus preguntas —o por lo menos, eso decías—, que eran telepatía de travesuras con respuestas numeradas.

Me dabas la lata con hechizos, a la hora de la luna, con bebedizos de palabras que encendían sin esfuerzo todos mis motores. Me dabas la lata y la vida, de día y de noche, entre sonrisas de niña y sonrojos de pasión.

¡Qué lástima, corazón! ¡Cómo te echo de menos desde que reciclas!

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