Una colección de instantes

Despertar (Página 3 de 14)

Intermitencias de la vida

La tarde pasa despacio, con su ritmo monótono de ventanas que se abren y se cierran en el espacio plano de la pantalla. Ni llueve ni hace sol, ni triste ni alegre, ni vacío ni lleno. Sólo un lento devenir de minutos que parecen horas, rellenos con encuentros imaginados de dos en dos. Un goteo constante de fantasías que asoman por el borde de la conciencia y atraviesan, imprevisibles, el lento transcurrir de los instantes.

La vida se me ha detenido sin avisarme. Se niega a seguir adelante y me devuelve al pasado más hermoso para reconfortarme y evitar que me rebele. Rumio sin descanso todas las cosas que no fueron, como un mantra paulatino de ecos diferidos que vuelven a visitarme sin haberlos invitado a bailar conmigo.

Recito palabras ajenas de poetas muertos que resucitan en mi memoria. Escruto las canciones que navegan a la deriva en este mundo ausente y retirado, de sentidos en huelga y quietudes en pie de guerra. Sus frases se prenden en mi corazón y palpitan dormidas en mi garganta desafinada. Pero sólo me llena su desazón y su lejanía.

Me noto acolchado, diluido, insensible. La vida resbala en mis pasos mientras me atrapa el atisbo remoto de una suerte indecisa. No sé si es nostalgia, tristeza, melancolía, abulia, abandono… o todas juntas y, por lo tanto, ninguna. Un apagón silencioso de la maquinaria del azar. Una indigestión de negrura.

Y entonces, a punto de desvivirme, te escribo… Penitencia irreversible de moldear palabras que despejen las sombras de las cosas que no dije. Desastre encendido de versos desiguales que recojan el recuerdo y lo apacigüen. ¡Si supiera olvidar quién soy por un instante! ¡Si pudiera revestirme tan sólo de cosas simples!

Necesito un empujón de la vida. Una lluvia de locura que me empape los huesos y me lance a un abismo de adrenalina que no me deje respirar dos veces el mismo aire. Un trasplante de energía que me saque de esta intermitencia tenue de la vida, de este parpadeo anárquico del deseo, de esta bahía insensible del corazón.

A ti te digo. ¡Sí, sí! No parpadees más. ¡A ti te digo! No me abandones a mi suerte, en esta vida intermitente llena de tardes de domingo.

Por ser hoy

Hoy, por ser hoy, un día redondo en la cuenta de los calendarios propios, un azar de guarismos, tenía pensado no asomarme por aquí y darle al teclado un merecido descanso.

Pero los ritos se hacen costumbres, las costumbres hábitos y estos últimos acaban siendo obligaciones, no impuestas más que por el deseo de que todas las cosas sigan su orden y estén en su sitio.

Así que, aquí estoy, recontando mensajes y casualidades. Extrañamente alegre delante de la pantalla… divagando. Arreando a tirones con este resfriado que ni me atrapa ni me deja libre. Con esta primavera que ni llega ni dice de irse. Con esta cierta soledad del folio blanco que invita permanentemente a la confesión más profunda y con esta voluntad descolorida que se resiste a hacerla y a contar lo que pasa por mi corazón y por mi cabeza.

En fin, como dice Aute, «es como es, ni si ni no, ni tu yo ni mi yo, ni dos sin tres, ni lucha ni armonía de contrarios, sino todo lo contrario como ves». Un debate silencioso, en el que, cosas del azar y de la vida, siempre salgo perdiendo el tiempo a manos llenas. Aunque ese es un lujo que me gusta derrochar siempre que encuentro ocasión y presencia de ánimo.

¿Qué más contarme? Que ha sido un año estupendo, de alegría, de encuentros azarosos con personas estupendas, unas de más acá y otras de más allá. También de reencuentros con personas maravillosas que pasaron por mi lado y me dejaron un sabor dulce de juventud compartida; y que ahora, misterios de la técnica, se me aparecen más cercanas, aún en la distancia. Que vuelven antiguas amistades a ser más nuevas y más tiernas que nunca. Que las cicatrices de la memoria, han dejado de doler. Que todo está por hacer, aunque siempre creamos que ya está hecho.

Este es el baile que tengo prometido. Preciosa canción, misteriosa letra; una barca para dos, derrotando a la deriva, durante cuatro minutos lentos para que el tiempo se escape despacio y deje marcas indefinidas. Tú no me conoces. Yo no te conozco.

Por eso, y por ser precisamente hoy, todo empieza de nuevo sin que nunca hubiera terminado. Un día redondo en la cuenta de los calendarios.

Quisiera contarte

Quisiera contarte que te echo de menos. Ya sabes a qué me refiero, no hay mucho que explicar. Una ausencia, un vacío que me rellena por dentro y me envenena por fuera. Un ir y venir por las sendas endebles de la memoria infiel y desagradecida.

Que el pasado, que siempre viene tras de mí, tan sólo a un paso, me alcanzó en un descuido y me atacó con su nostalgia. Que hay en mi habitación un baile nocturno de fantasmas, que tiran a dar al corazón, haciéndome trampas.

Que te veo en todas partes, que te escondo en todas mis palabras. Que te escucho en las canciones, que es la única forma que sé de abrazarte en la distancia, y te vas corriendo, como viniste, en un instante, cuando la música se acaba.

Que te echo de menos. Ya sé que tú… No hace falta que digas nada.

Invitación

Cuando más necesito dormir, cuando más concienciado estoy de acostarme pronto para no levantarme desecho y de mal humor como casi siempre, más reluces en mi pensamiento con tu sonrisa contagiosa y fresca. Cuanto más fuerte cierro los ojos y la imaginación, más rápidamente rompes los sellos de la conciencia y entras en ella como por tu casa, para darme una vuelta que acaban siendo un ciento.

Cuanto más me resisto, más impaciente espero tu regreso. Cuanto más me esfuerzo en olvidarte, más cerca te tengo. Cuanto más me alejo de tu camino, más seguro estoy de querer volver al principio. Cuanta más paz deseo, más me gusta tu ataque cuerpo a cuerpo nocturno, intangible y sorpresivo.

Por eso esta noche me quiero dar por vencido. Me abandono a tu suerte y acepto el desafío de esperar tu visita completamente despierto. He dejado abiertas de par en par las ventanas del corazón, la puerta de casa sin cerrar y una música suave para que no te pierdas por el camino.

Visítame esta noche. Me lo tienes prometido.

Viajeros

Algunas veces siento envidia de los viajeros. De las personas que se aventuran a mirar con sus propios ojos el mundo que les está esperando. De aquellos que caminan sobre las huellas de la historia mientras palpan, emocionados y distantes, los tesoros más extraordinarios que jamás pudieron imaginar. De quienes cumplen en carne propia sueños de lejanía y los viven de nuevo para contarlos.

Todos los viajes comienzan mucho antes de dar el primer paso. Porque ya hemos estado allí en un sueño, en una imagen, en una palabra. Hemos entornado mil veces los ojos queriendo sentirnos allí, pintando los pasos que esperamos dar y calculando el paisaje que deseamos que nos envuelva. Todos los viajes, incluso los del corazón, siempre son retornos.

Siento envidia de los viajeros. Pasan por mi lado y me dejan sus huellas, que añado a la historia sin fin que me está escribiendo en estas hojas. Me miran fascinados o tristes, alegres o cabizbajos. Dejaron atrás sus ataduras del sentimiento y no tienen previsto detenerse en mí nada más que el tiempo preciso. Y se alejan y siguen su periplo imparable, de regreso urgente, imperativo, hacia su propio futuro indefinido.

Aquí estoy parado, estático, envejecido. Inundado por el ir y venir de gente que, a veces, muy pocas veces, muy poca gente, me mira un instante… Y aunque yo también los miro, siempre siguen adelante, trazando con prisa su propio destino. ¡Qué misterios buscarán que yo no tengo escondidos!

Y aunque siento envidia de los viajeros, viajero como todos, sé que el azar me lleva por intrincadas pendientes del sentimiento y por extraños caminos. Siempre de regreso, hacia quién sabe cuándo. Caminante de recuerdos. Nómada en el tiempo. Viajero desprevenido.

Espejo

Te recorro esta vez, sumergido en una soledad diferente. Sin el corazón desolado ni atravesado de presencias imposibles. Como un amigo blanco de esquinas rebeldes que tira, de un solo soplo, mis demonios por la borda. Como algodón que me empapa las heridas a deshoras.

Trepas por la mesa, a lo lejos, hacia arriba, cuando mis manos tropiezan en tus orillas y resistes, inmaculado, las manchas de letras que te propino. Como el amor. Como un mar de espuma en el que voy hilvanando estelas contra el olvido.

La música del trazo se para y se acelera; se dobla, se revuelve, se marchita. Palabras perdidas. Vacío, me voy de tu lado las mismas mil veces que vuelvo lleno; para volcar en tu vientre liso una retahíla de ecos. Como un amigo silencioso que me contempla desde lo lejos. Como un espejo.

Te arrugo y te estiro, te llamo y me llamas; te odio y te quiero, te guardo y te pierdo. Te comparto, te engaño, te confieso. Como un amigo. Como el amor. Como el silencio.

Instancia (Modelo p-101)

Yo, fulano de tal, desconocido a veces hasta para mí mismo, de profesión contador de cuentos y compañero de juegos a sueldo, a la tierna edad de cuarenta y tantos años, con domicilio en Instanteca, provincia de La Coctelera…

Expongo: Que aunque comencé escribiendo en el citado blog apremiado por el puro gusto de hacerlo, por la delicia agridulce que me supone traducir en palabras mis pensamientos, por el placer de compartir las canciones que me arrebatan y por el regocijo de desordenar en la memoria mis más misteriosos instantes perdidos, he descubierto, gracias a usted, ángulos nuevos de mi tránsito silencioso en la blogosfera y vértices distintos de la realidad que me rodea. Y por ello…

Declaro: El asombro, la magia, el entusiasmo, el ánimo, la certeza, el equilibrio, el calor, la ternura, el interés, la motivación, el cariño, el desconcierto (a veces), la admiración, la incertidumbre, la compañía, la empatía, la complicidad, el encanto, la simpatía y una larga lista de sensaciones, que no acompaño por extensa, que me produce el regalo que tiene usted la amable costumbre de hacer a pie de mis escritos y que me permite maravillarme contemplando la perturbadora metamorfosis invisible que ocurre en mis palabras cuando usted tiene a bien mirarlas con sus ojos y poner en ellas su propio mensaje, a veces, tan indeciso como el mío.

Solicito: Que, una vez meditado lo antes expuesto, rigurosamente cierto y salido a borbotones de mi puño y letra, tenga usted la deferencia de seguir dejando en este, su blog, trocitos de corazón como hasta ahora venía siendo habitual. Que disculpe a este torpe tecleador por no tener la sana costumbre, ni la capacidad ni el tiempo necesarios, para responder como se merecen sus atentos comentarios, que son las luces que más brillan en este firmamento virtual y digitalizado. Que siga teniendo la benevolencia de encontrar el momento preciso para visitar este rincón perdido. Que sea comprensivo con mi manía de tenerlo todo desordenado y manga por hombro. Y, en fin, que me conceda la gracia de un brindis sonoro, que aliente mi deseo de que lo que el azar ha unido aquí tantas veces, no lo separe el hombre.

Agradeciendo de antemano la cortesía con que recibirá mi petición largamente meditada y humildemente expuesta, me despido de usted deseando impaciente un próximo encuentro…

Suyo afectísimo seguro servidor, Instanteca.

A LA AMABLE DE ATENCIÓN DE:

TODAS LAS PERSONAS QUE SE EMPEÑAN EN VISITAR ESTE BLOG Y ME HACEN DISFRUTAR CON SUS COMENTARIOS.

Retrospectiva

Ya no recuerdo la razón por la que comencé a emborronar estas páginas intangibles. Parece lejano ese día y, sin embargo, fue ayer mismo cuando mi coleccionista de instantes inventó la contraseña que abre las puertas de este paraíso.

A veces escribí en él para mí mismo. Para deshacer la fugacidad de los instantes que me atrapan a la vuelta de cada esquina. Para ponerle palabras a los fantasmas que me rondan y ahuyentarlos con su propia música. Para ladrarle a la luna cuando no me mira. O tal vez, con la cándida intención de ir dejando señales en el camino, que me permitan reconocer las emociones por las que pasé y los sentimientos de los que vengo. Para mirar atrás con cuidado esta singladura emotiva desde el barquito de papel que me navega por el río revuelto de la memoria.

También escribí para todos, para el azar, mensajes de aire en una botella. Llené la playa de hogueras esperando ver aparecer un cruce de caminos, una coincidencia afortunada o una llegada oportuna. Una flor temblando en la solapa desnuda del corazón. Una argucia inconsciente para pescar los reflejos de la luna. Una invitación, sin ninguna duda.

Algunas veces, me he sorprendido escribiendo para agradar y, luego, recibir. Para intercambiar misteriosas soledades, cromos de la colección de tristezas o sellos de cartas de amor fracasado. Consuelo esquivo, trueque justo. Una mano que acaricia nuestros hombros confusos, a las puertas del paraíso del que nos han echado. Un beso, perdido tal vez. Un conjuro.

Confieso haber escrito, se que no te sorprende, para personas con nombre y apellidos. Llamadas imposibles al otro mundo en el que vivo, para aporrear la puerta del corazón de quienes nunca deben saber lo que les digo. Rozaduras del sentimiento tendidas al sol nocturno de los recuerdos más queridos, para que surtan, sin avisar y a los efectos oportunos. Para que el azar tenga argumentos con los que seguir riéndose de mí. ¡Porque sí! Y porque hay palabras que pesa seguir llevando dentro.

Cuando me dices, ¿lo recuerdas?, que sientes que lo he escrito para ti, perdóname si no te contesto. Porque estoy seguro de que sí, pero… ¡me sale todo tan revuelto!

Especialmente en abril

Especialmente en abril, sale al sol la margarita que, después de algunas citas, deshojamos sin querer. La poesía se musita con la piel en pie de guerra y las lágrimas dispuestas a dejarse el corazón. La música entonces suena y, sin saber de donde vienen, unos ojos que aparecen despiertan la primavera.

Se suplica al corazón que lleva usted colgando en carne viva y pintando el aire de colores, pásese por la oficina. Que el proyecto que soñaba tiene todos los permisos y en el salón de primavera bailan mil candidatos indecisos.

Yo también soy el viajero que, apostado en la salida, espera, por si la vida me regala una canción que me cure las heridas y me encienda los motores. Y me saque los colores que prefiero desprender. Para detener en los relojes el instante en que el azar se decida a combinar tus susurros, con mi nombre.

Se suplica al corazón que lleva usted colgando en carne viva y pintando el aire de colores, pásese por la oficina. Que el proyecto que soñaba tiene todos los permisos y en el salón de primavera bailan mil candidatos indecisos.

Eclipse de duda

Tus manos pulsaron en mi interior todas las notas al mismo tiempo. A medida que la canción se desgranaba en racimos de besos, el vendaval profundo de tus ojos me dictaba al oído caricias tímidas de terciopelo. Como una hechicería temblorosa y cercana, que titilaba impaciente en la memoria del espejo.

Tras esconder en veredas estrechas todas tus flores del deseo, para mantener abiertos mis poros a su perfume, descubrí, que el bosque profundo de tu pelo encubre la puerta del paraíso en el que me perdí y en donde tu mirada ausente y convulsa, eclipsó de bruces mi luna.

Fue entonces cuando se derramaron los vasos de la locura y dio comienzo el baile nocturno que me invade ahora la realidad y los sueños. Primero andante y después allegro, huracán desnudo derritiéndome los huesos. Trece veces por minuto, cien suspiros por instante, mil temblores por segundo y te enredas de un sólo impulso entre mis anclajes.

Aquí dejo esta nota para verte crecer en la esquina rota de mi memoria infiel. Para que puedas saber que volvería mil veces, contigo, al instante aquel, si no fuese porque aún no me he ido… ¿O es que acaso no lo ves, que sigues allí, conmigo?

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