Tus manos pulsaron en mi interior todas las notas al mismo tiempo. A medida que la canción se desgranaba en racimos de besos, el vendaval profundo de tus ojos me dictaba al oído caricias tímidas de terciopelo. Como una hechicería temblorosa y cercana, que titilaba impaciente en la memoria del espejo.

Tras esconder en veredas estrechas todas tus flores del deseo, para mantener abiertos mis poros a su perfume, descubrí, que el bosque profundo de tu pelo encubre la puerta del paraíso en el que me perdí y en donde tu mirada ausente y convulsa, eclipsó de bruces mi luna.

Fue entonces cuando se derramaron los vasos de la locura y dio comienzo el baile nocturno que me invade ahora la realidad y los sueños. Primero andante y después allegro, huracán desnudo derritiéndome los huesos. Trece veces por minuto, cien suspiros por instante, mil temblores por segundo y te enredas de un sólo impulso entre mis anclajes.

Aquí dejo esta nota para verte crecer en la esquina rota de mi memoria infiel. Para que puedas saber que volvería mil veces, contigo, al instante aquel, si no fuese porque aún no me he ido… ¿O es que acaso no lo ves, que sigues allí, conmigo?