Una colección de instantes

Despertar (Página 2 de 14)

Regresos

Confieso haberme sorprendido esperando un regreso insólito. Un doblez sencillo del universo por la raya que me dibujaste en el horizonte de la memoria. Un viaje sin fin hacia el mismo sitio, de la misma mano, en el mismo temblor, con el mismo ritmo.

Gira el mundo. Se desenrolla la madeja de los tiempos en hilos sutiles que se empapan de vida y la sienten a golpes de vuelta, tras vuelta, tras vuelta,… sin dejar el espacio preciso para la ida. Y yo, perdido en el trayecto sin origen ni destino, mecido por el azar y la nostalgia, confieso el miedo que me trajo tu regreso intempestivo.

Me sorprendió de madrugada, cuando el sueño abre un resquicio en los muros que sujetan la cordura, cuando el hilo blanco y el negro se confunden con espíritus. Cuando la luna se baña en el mar oscuro y todo lo invade el vendaval de la escritura.

Entonces no pude pararlo. Me miró de frente, impasible. Apostó todas mis lágrimas a una pirueta imposible sobre la cuerda floja del tiempo. Extendió sobre mi almohada el manto infinito de la duda y me dejó yacer soliviantado. Hasta que vino en mi ayuda la realidad con su pitido insomne.

He leído historias de una bruja que lucía, loca por la luna. Si ella quisiera enviarme secretos y bebedizos, me arrancaría con ellos, del corazón, todos tus regresos impasibles, imposibles e infinitos.

Bolsillos

Embadurnada en polvo reseco del que se acumula entre los chinos que se adueñan del patio, con la cara hermosamente maquillada de churretes de barro que el azar repartió en remolinos, se levantó de un salto. Había estado horadando la tierra dura con un palo y confundiendo las piedras secas con diamantes. Buscando tesoros, cristales empañados por el tiempo pasado bajo tierra, acariciándolos como joyas perdidas por princesas imaginadas, para, en un descuido, echarlas en su bolsillo sin que yo me diera cuenta.

Vino trotando, puño apretado, como un cervatillo silvestre, disfrazada con la sonrisa inteligente y cómplice de alguien que conoce el más profundo de los secretos. El miedo desfiguró su cara cuando se tambaleó, sin caer, por el choque con otro niño de los que andaban pululando en el trayecto. Cuando abrió la mano y descubrió que todo estaba en su sitio, volvió la paz a su rostro y el trote, ahora solemne, a sus piernecillas.

Llegó a mi altura y se detuvo. Con una sonrisa que no le cabía en la cara, me miró despacio y enseñándome la mano abierta, me dijo, canturreando:

——¡Mira lo que he encontrado!

Su palma vacía anunciaba tormenta. Algo encontró en mi mirada que le hizo cambiar el semblante y mirar con inquietud su mano, cuidadosamente abierta. Escudriñó el suelo con los ojos. Desanduvo sus pasos, primero con mimo, y después, con rabia. Desesperada, se puso a cuatro patas para revisar palmo a palmo sus pisadas, mientras jadeaba suavemente con la respiración entrecortada.

Me agaché despacio a sus espaldas y con un movimiento suave simulé coger algo del suelo y llevármelo al bolsillo. Ella se dio cuenta enseguida y preguntó con la mirada.

—Déjame que te lo guarde, para que no se te pierda ——dije mientras llevaba mi dedo a los labios en señal de silencio——. Será nuestro secreto.

Asintió, con la sonrisa asomada de nuevo entre los rebañones de tierra y la humedad salada que empezaba a salir de sus ojos. Se irguió, se sacudió las rodillas, dio un suspiro profundo y salió de nuevo corriendo para vivir otras muchas aventuras en poco tiempo, mientras me decía, feliz, en voz alta:

—Te traeré todos los tesoros que encuentre.

A mi casa vuelvo, todos los días, con los bolsillos manchados de barro, pero repletos de suerte.

Alquimia

Pardo es el color de los recuerdos que quedan olvidados entre las páginas de los libros. Perfumados en un vago olor a imprenta recién abandonada a su suerte esquiva. Atrapados entre las letras grises del papel envejecido que los aplasta y aniquila, con el simple gesto de cerrar las hojas en la estantería.

Luz atrapada en la rendija de una pupila fría. Rostros pasados, de quienes fueron protagonistas de nuestra vida, deformándose en el cuarto oscuro y nostálgico de la memoria vacía. Sentimientos esquivos y lejanos surgen entonces de un papel emborronado con tinta sombría desparramada sobre los puntos estáticos y planos de la melancolía.

Nada de lo que se ve es real, tan sólo pasado. Todo es mentira. Alquimia de luz dolorosa y dormida. Tan sólo suspiros de tiempo, descongelados y revividos. Que trastocan la sincronía del corazón cuando pasamos las manos, con dulzura o con alivio, por aquellos rostros que se escaparon de la retina que borran, incansables, la monotonía y el destino. Desentierros huecos, que obligan a mirar atrás y ver todos los nombres que habíamos perdido.

Renuncio a volver la vista atrás, renuncio a rodar, otra vez, por el mismo precipicio. Ya no soy yo. He respirado tanto aire y tantas veces he caído, que no puedo ser el chiquillo de ojos oscuros y rostro tímido, que me llama por mi nombre desde las hojas del libro. Como tampoco seré el mismo que lea mañana las letras revueltas que en este momento escribo.

De mí sólo quedará, tal vez, la música de tus labios, tarareándome el estribillo.

Meme

Agradezco a venticincoymas que me haya invitado a este meme, que consiste en contar seis cosas raras o curiosas de uno mismo e invitar a otras seis perblogsonas a que hagan lo propio.

(uno) No me gusta mezclar palabras y números, por eso siempre pongo sus nombres.

(dos) Detesto que el ordenador corrija lo que escribo, y siempre desactivo esas opciones en los procesadores de texto.

(tres) Cuando leo algo, lo primero que me imagino es la voz de quien lo escribe recitándomelo al oído. En caso de duda, siempre elijo voz de mujer. Calculo yo que nadie debe darse por ofendido.

(cuatro) Pongo en prosa las poesías antes de leerlas. Me agobian los renglones cortos de los versos y los caminos estrechos del pensamiento.

(cinco) Ni mi familia ni mis amigos saben que tengo un blog (salvo dos o tres personas cuidadosamente elegidas), ni quiero que lo sepan. No es que tenga nada que ocultar (o igual si), sino que me da mucho pudor. Bueno, lo que sí tengo pensado, es decírselo a todos el día que deje de escribir en él.

(seis) Al día siguiente, nunca recuerdo lo que escribí. Cuando me hacen comentarios, tengo que releerme el texto para saber qué era lo que yo había dicho. Lo más raro, o tal vez, lo menos, es que al volver a leer, siento de nuevo las mismas emociones que cuando lo estaba escribiendo. Memoria emotiva y caprichosa que tiene uno.

Perdonadme si he preferido no contar las rarezas de la otra vida que vivo. Es que no quiero confundirme, ni ser confundido.

Estas son mis seis invitaciones, trampas sutiles, para seguir el viaje infinito hacia lo raro y lo desconocido:

Días distintos, Arcoiris, Lois Lane, Momentos de reflexión, Poesía cotidiana y Loca por la luna

Desequilibrios

Cuando no encuentro las caras que necesito, me siento perdido. Un cosquilleo inoportuno en el pecho que me impide respirar a fondo los minutos por los que transito. Me retumban voces lejanas en los oídos y me encojo en el sofá para escapar del mundo haciéndome el dormido.

Siento que las cartas están echadas, que no hay vuelta atrás en la partida. Que se acerca el final de alguna historia y el público empieza a abandonar la sala dejándome sólo, malherido, librando la última batalla.

No me importa la derrota silenciosa, ni el abandono, ni el desengaño. El tiempo me empuja hacia el instante siguiente y un vértigo imperioso me alienta para no salirme del camino. Lo que me asusta es el olvido, el que borra los rastros, el que transforma en recto lo que estuvo torcido. El agua de lluvia que moja la acuarela de una tarde de frío, deshaciéndola en un barro de colores tan rotos como vacíos.

Tampoco temo al dolor de las heridas que quedan escociendo en el insomnio inacabable de la vida. Ni a la mentira. Ni al laberinto de sal que se escapa de los ojos, ni a la verdad. Ni al desamparo de la espera inútil, confiada en lo inesperado de algún regreso.

Lo que me hiere sin fin, lo que se instala en mi pecho y me aleja de ti, lo que nunca jamás he sabido soportar, es el zarpazo profundo y ancho de la soledad. Me acurruca en un rincón desconsolado, me aturde la respiración, me entrecorta los besos y la paz, alejándome de repente.

Y me atrapan para siempre, con su voz sonámbula y ausente, los desequilibrios contrarios de la suerte.

Si me oyes cantar

Quiero que sepas, que tengo guardado muy adentro tu pedazo de cielo. Que me aferro a él cuando se enturbia el horizonte, cuando desaparece el mundo y se vuelve negro, cuando apetecen caricias y no encuentro otras manos entre las mías.

Entonces, mi corazón parpadea un instante, se hace a un lado para dejar paso y apareces de nuevo. Los altavoces de la memoria despiertan una guitarra que se mece en mi regazo vacío. Y me acurruco en la magia infinita de las palabras y sus sonidos.

Ten presente lo que te digo, si alguna vez me oyes cantar; para que sepas que, aunque parezca soledad, estoy cantando contigo.

Genio

Hoy dibuja el sol sobre las nubes, margaritas blancas de ternura. Contra el cielo, tenuemente azulado, se dispersa la tarde que se resiste a desaparecer. El aire está tibio, temeroso, inquieto de brisa alegre. La luz se cuela por las rendijas del subconsciente y hace brotar las sonrisas en el fondo de las miradas.

En un claro de tiempo perdido, mientras buscaba no sé qué libro de poesías, encontré la lámpara. Revuelta entre las cosas inútiles y extraordinarias que estorban en todas las casas, descubrí su sombra alargada de tacto frío. La tomé entre mis manos y la puse a la luz de la tarde, mientras el viento agridulce silbaba canciones antiguas de niños.

Debo pensar un deseo antes de que el sol asome otra vez en el horizonte. El genio fue tajante en ese punto. Desapareció sin permitirme hacer una sola pregunta, en un abrir y cerrar de ojos, como el vaho que se exhala en las mañanas de otoño. Una niebla, una forma, una voz… y de repente, nada. Mentira y verdad asomadas al mundo desde el borde de la ventana.

He pasado la noche esperando la madrugada. En un vértigo inquietante han pasado bajo la luna mil estrellas fugaces, mil sueños escondidos, mil instantes. Tan largo ha sido mi viaje por los deseos, tan cansado estaba, que el sol silencioso se ha llevado las sombras sin decirme nada. Al despertarme, recostado sobre la lámpara, un papel arrugado y escrito con letras borrosas, que proclama: «No puedo regalarte los deseos que ya te han concedido otras hadas».

El sol se yergue y dibuja, de nuevo, margaritas en la bruma. Y el aire perfumado de luz me devuelve, desde tan lejos, todos tus besos tibios de espuma.

Tú y yo

Tú y yo estamos a un paso. A un paso imposible y definitivo. Detenidos en el tiempo de las delicias que nos embelesaron. Fantasmas dormidos que se cruzaron en el rellano, despertando, a la vez, en el mismo escenario.

Tú y yo estamos a un beso. A un beso desesperado. A un beso que nos libere del cuerpo del delito que no hemos disfrutado, como un suspiro profundo que busca salir deprisa entre medias de un abrazo.

Tú y yo estamos a un soplo de aire desprevenido, que reviente en mil pedazos el camino de vuelta y los campanarios del laberinto. Tú y yo, que no nos hemos buscado, ahora estamos perdidos.

Déjame creer que por lo menos, no estaremos juntos en el olvido.

Poesía de naipes

Los ojos del mago parpadearon solemnes mientras mostraba en abanico la baraja francesa recién desempaquetada. Ante las miradas que escrutaban sin descanso todos sus gestos, la había barajado con ternura, acariciando sus dorsos de azul cobalto, para invitar al azar a entrar en el juego. Mecánicamente, la cerró de golpe, con un airoso movimiento mil veces ensayado.

Volteó la primera carta del mazo como mariposa en primavera que aletea entre sus manos. La dama de corazones apareció, con su semblante tiernamente lejano y tímido. Volvió a girarla con el movimiento contrario y la introdujo en mitad de la baraja, suavemente, con delicadeza perfecta, para confundirla entre la multitud que la casualidad pone siempre a nuestro lado.

Partió en dos el mazo y entremezcló los naipes en el aire con sones de cremallera. Ni rastro de la carta deseada, como en la vida misma. En un suspiro, en un solo instante, desapareció del presente en sus manos y quedó oculta entre los dorsos anónimos de tintura idéntica.

Entonces el final. Las palabras consabidas, los secretos recitados bajo los focos amarillentos y profundos precipitaron, sobre terciopelo, el desenlace inesperado y rotundo. Giró el mazo completo y con los naipes enseñando sus caras, los desplegó como un acordeón que quiere dedicarle un tango a la luna. Todas las cartas de la baraja eran la misma dama, la dama de corazones en la que siempre estamos pensando. Allá donde miraras, sobre el tapete más verde del mundo, en el centro del escenario, todas las cartas eran ella, rellenando cincuenta y dos veces el espacio.

El asombro atronó en la sala convertido en aplausos risueños. Murmullos de admiración que se elevaban con ojos sonrientes y alborozados. Un efecto, un gesto, un espectáculo de ruido que derribó mis defensas y me hizo tambalear en la cuerda floja de la emoción.

Porque había descubierto su truco. Se me quedó clavado su fulgor resplandeciente. Lo reconocí en el momento en que la melancolía me apretó los lazos. Y entonces supe que el mago, en su insondable poesía de naipes, estuvo todo el rato contando cómo te conocí y por dónde navegamos.

Tardes de sol

——¡Pobre corazón! —susurraba en tu oído, cuando te fuiste, muda, hacia el oriente del olvido.

El sol ardía en la tarde marchita de agua imposible.

——¡Pobre corazón! ——me dijiste entristecida, cuando en el umbral del horizonte volviste atrás la vista.

El sol quemaba en tus labios destellos carmines.

——¡Pobre corazón! ——me revelaste sin ruido— ¿Acaso no sabes que te vienes conmigo?

El sol encendía antorchas perdidas en los jardines.

——¡Pobre corazón! ——confesé a la orilla del camino—— ¡Si yo pudiera irme contigo!

Dora el sol, todas las tardes, tu ausencia invisible.

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