El cuarto de un hotel está siempre desangelado. En él suele haber cortinas grises que ocultan del sol y mesitas de noche que tiritan de ausencia.
Uno se encuentra por todas partes con cajones vacíos y armarios inhóspitos, con pastillas de jabón envueltas en celofán. Las sillas se vuelven incómodas, te expulsan de sus vidas y el borde de la cama en la que te sientas después, apesadumbrado, chirría soledad.
En todos hay un espejo en el que es imposible no ver a un tipo solitario que te mira asombrado. En cada cuarto de hotel, de cualquier hotel, siempre habita un extraño.
Y cuando te sientes extraño, cuando te miras asombrado sin saber lo que quieres, cuando ves a un tipo solitario en el espejo y la soledad chirría en la cama y las sillas se vuelven incómodas y los cajones llenos parecen vacíos y la luz de la mesita tirita una ausencia desangelada, entonces, te das cuenta de que la vida es el cuarto de un hotel.
Y ya no sabes en dónde estas, ni a qué viniste, ni desde dónde, ni con quién.
Deja una respuesta