AMOR POR CORRESPONDENCIA

En aquel tiempo de distancias insalvables, ella tropezó con la primavera comprando papel perfumado. Todos los días llevaba el corazón florecido por debajo de un vestido infalible y los labios recién endulzados con una docenita de versos libres.

——¡Buenos días, señor tendero! Deme más papel perfumado, que quiero escribirle versos a mi amado. Y, esta vez, démelos de lo mejor. Que estoy deseando impregnárselos de amor y vocabulario.

En aquella distancia de tiempos insalvables, él recibía las misivas con la alegría propia de un enamorado. Se le hinchaba el pecho, le temblaban las manos y se le nublaba la vista. Soñaba despierto y adoptaba una mirada dormida sobre un gesto de azúcar inmaculado mientras se decía:

——¡Oh, amada mía! Siempre adoraré el olor de tus palabras y tu impecable ortografía.

¿Eran felices sin piel? Tal vez. Pero mejor prosigamos.

Insalvables los dos, tiempo y distancia se aliaron en una riada, que cortó el puente por donde los lacayos del amor transportaban las cartas. Ella las seguía enviando, pero ya no llegaban o, si lo hacían, no llevaban enredado aquel aroma de esplendor.

El fiel amado, decidió inflamar su recuerdo herido con el aroma de un frasco, en lugar de con terapia de olvido. Y, por no alargarme en exceso, resumamos toda la palabrería en que cayó rendido a los pies de la dueña de la perfumería, mujer de ternura infinita y pechos hipnóticos; y, claro, la pidió en matrimonio. Ella, la remitente de las misivas, también hizo lo propio y se casó con el tendero, que tenía los ojos tiernos y las manos suaves de tanto envolver poesía y vender diccionarios.

¿Fueron felices después? Quizás. Pero terminemos el cuento antes de elucubrar.

Aunque, la verdad, no tiene final esta historia, sólo puntos y seguido. No obstante, quedad tranquilas, almas sensibles de lector, que llega, por fin, el romanticismo de este relato. Porque, más tarde, a los tres años o así, a ninguno de los cuatro quiso el amor volver a hacerles ni puto caso, con perdón.

Y no pido perdón por el taco, que en los tiempos actuales es moneda corriente; pido perdón por haberme equivocado en que el romanticismo del autor no iba en el párrafo anterior, sino en el siguiente. En el que el aludido, no contento con relatar hechos verídicos a todas luces, además introduce, no sin calzador, razonamientos propios de una mente absorta en sus torpes dudas y empalagosamente enferma de literatura.

A pesar de todo… ¿serán felices los cuatro? Pues, en realidad, se conteste lo que se conteste, y teniendo en cuenta que nada es para siempre, serán felices a ratos, como todo el mundo: mientras les dure el olor, mientras sientan el amor y mientras les quede en lo más profundo de la memoria, o del corazón, un recuerdo deshecho en vocabulario.