SÍNDROME
Determinado estímulo, por mor de infinitesimales sucesos bioeléctricos, inflige un dolor de cabeza que cataliza un sueño. El alambique de la memoria destila el sueño hasta un licor de ideas que, en el primer momento, salen dulces hasta empalagar.
Las zonas del cerebro que controlan el lenguaje las rectifican de sal y, un arco circunflejo de habilidades miniaturizadas, las convierte en palabras y luego en movimientos más o menos torpes de los músculos de los dedos. Por la acción ininterrumpida del silicio, siempre que esté expuesto a la temperatura de referencia, y la de una nube de electrones magnéticamente desubicada, los agentes patógenos saltan a la realidad virtual de una pantalla o de un papel.
En otro sujeto, especialmente receptivo por cuestiones que aún están por estudiar, y en un momento específico concreto, pero difícil de señalar en el tiempo, toma contacto con el agente expansivo a través de la percepción visual y, si no ha fabricado los anticuerpos necesarios, queda impregnado del virus. No inmediatamente, claro, sino cuanto mayor sea el tiempo de exposición en las condiciones descritas.
Este virus desencadena en el receptor el mecanismo contrario. Un baile neuroquímico perfectamente sincronizado con sucesos microeléctricos y macrocelulares, que serían largos de contar, va invirtiendo el proceso de partida hasta catalizar un sueño, el mismo sueño, y, seguramente, el mismo dolor de cabeza.
House carraspeó, hizo una pausa casi interminable y prosiguió su discurso con gesto serio:
—Todos los síntomas coinciden: dolor de cabeza, problemas de sueño, alteraciones gástricas y posturales, inapetencia… No hay ninguna duda. Usted sufre el síndrome de Bergerac… Y se ha infectado por una exposición intensiva a la lectura. Bueno… o a la escritura que, para el caso, viene a ser igual y rima lo mismo. Como da lo mismo que se llame Cyrano o Roxane.
Miró a la mesa y escribió unas instrucciones en un papel. Entonces, levantó de nuevo la vista y explicó:
—Usted se morirá, tarde o temprano, pero no será por esto. Es una enfermedad común, muy molesta y que requiere un largo tratamiento. Pero es muy sencillo y tiene un altísimo grado de efectividad. Sólo tiene que seguir leyendo y escribiendo insistentemente lo que ya leía y escribía hasta que, pasado un tiempo, variable según cada quién, acabe por aburrirle soberanamente.
Luego añadió, entregándole un papel manuscrito:
—Tómese esto para los síntomas. Es un placebo, pero le aliviará. ¡Ah! Y deje de correr una maratón cada fin de semana. No es bueno para su espalda.
Un poco más tarde, a solas, en la consulta, Cuddy le recriminó con dureza:
—¡Eres un capullo! ¿Cómo se te ha ocurrido inventarte lo del contagio por lectura? ¡Estás loco!
—Hubiera sido más fácil mentirle —respondió el doctor esbozando una sonrisa malévola y encantadora—, diciéndole que se ha enamorado. Pero… ¡qué coño! ¡Es primavera!
—¿Y por qué le has dicho, también, que se trataba de un virus? añade la doctora con gesto preocupado.
House se queda pensativo, mirando al infinito:
—Porque eso, a todos, siempre nos tranquiliza mucho…
Ojos de House en primer plano y fundido en negro para acabar la escena. Y justo después, cuando aparece el primer anuncio, empieza a dolerme la cabeza.
Deja una respuesta