Competimos siempre, la vida se vive a la carrera, como si ajustarse a las curvas (y todo el mundo sabe de qué hablo) estrujase el reloj y le arañara segundos para convertirlos en primeros.

Yo iba deprisa, hasta que el semáforo se me adelantó. ¡Siempre dura tan poco lo verde…!

Ni permitimos ni nos permitimos ningún error. Está prohibido equivocarse, como si supiéramos tener siempre la razón, como si fuese una obligación ir por el camino más corto, como si desde que nacemos tuviéramos que ser competentes para todo.

Una furgoneta aparcada en doble fila, atasco consecutivo y veo que no llego. Larga fila de energúmenos detrás.

Competentes, pero competidores, aptos para vivir sin haber superado ninguna otra oposición que la de la biología. Idóneos para los estragos de la vida y del amor, peritos diplomados en el desamparo, incumbentes para la alegría y para el dolor. Pero también errantes y erráticos, interventores e intervenidos, fichas del juego de la oca que van de error en error y tiro porque me toca.

Llueve a cántaros, agua y ruidos de claxon. Sube el niño por la rampa, arropado y abandonado entre paraguas.

En realidad, no nos importa aprender, sólo queremos acertar. Y llamamos acertar a que el otro no se dé cuenta de nuestros fallos. Jamás conseguimos creernos eso de que rectificar es de sabios y somos incompetentes para perdonar. Ni siquiera, especialmente, a nosotros mismos.

Gesticula el conductor, desenreda los brazos y cierra las compuertas traseras de la furgoneta con un portazo.

Si es que siempre me ando por las ramas, pero el caso es que estaba ocupando toda la extensión de la furgoneta. En la foto, la cara intensa de un hombre joven, con la mirada perdida, que se llevaba las manos cruzadas muy cerca de la boca.

El nombre era de una empresa que gestiona recursos humanos y, en particular, la furgoneta en cuestión, traslada a la escuela a niños que necesitan silla de ruedas. Al cerrar la furgoneta, se completaron las palabras rotas por la puerta y pude leer claramente el lema más estúpido y más violento que he leído nunca: «Tu competencia está rezando para que no nos llames».

Y yo, estupefacto, meto la primera pensando: Dios y la competencia, relación si la hubiere. «¡Menudo tema!», que diría el maestro…