Paseaba bajo la lluvia. Quizás lluvia no sea la palabra, pero es que aquí, en el sur, no sabemos mucho de agua. Las gotas parecían pertenecer a una nube de polvo, sin caída, suspendidas en el aire que uno va atravesando. Gotas puntiagudas, digo yo, porque más que mojar, pinchaban.

Entré en el local y el vaho se me encaramó en los ojos mientras saludaba, así que no vi la respuesta. Oírla era imposible porque varios niños, de varios padres, alborotaban dentro mientras los adultos, mirándose al espejo, comentaban el fútbol y las elecciones.

Pedí la vez y esperé sentado, hojeando el periódico de las elecciones y del fútbol. Se fue despejando todo hasta que llegó un nuevo cliente, un chaval joven de pelo largo. No se había cerrado aún la puerta, cuando entró también otro joven con prisa, el hijo del dueño.

Con los dos sillones libres, nos ordenamos por edades y nos dispusimos a que nos tomaran el pelo, eso sí, sin jactancia y con manos hábiles. No hicieron falta semáforos porque entre las dos conversaciones no hubo ni un sólo cruce. Nosotros hablamos de fútbol y de elecciones, mientras que ellos se entusiasmaron relatando coches, locales y fiestas.

Las personas que se acercan y empiezan a conocerme, suelen hacerme la misma y curiosa pregunta: «¿Qué pintas tú con niños chicos?». Yo nunca quiero ver si hay reproche entre los signos, sólo me concentro en entender que hay un halago implícito en el verbo y una carantoña escondida en la inflexión circunfleja.

Entonces, bueno, como puedo, contesto con media respuesta, con la media verdad que les puede interesar, y les digo que me gustan los niños porque son transparentes. A nadie se le ocurre nunca hacerme la otra media pregunta: «¿Qué pintas tú con los adultos?».

A nadie se le ocurre, o es que la preguntita no me deja muy bien parado y el afecto echa el freno de lengua mientras se estira el cinturón de seguridad a fin de mantener una prudente distancia. Y no se le ocurre a nadie, porque todos nos ordenamos por edades, no necesariamente de calendario, pero siempre emotivas.

Y porque ahora estoy en una edad indecisa, porque no acierto bien con quién tengo que ordenarme, porque no siempre encuentro sitio libre al lado de quienes me gustaría, para averiguar la otra media respuesta, me haría falta, sin embargo, hacerme una pregunta completa que no me permito: «¿Y qué pinto yo, entonces, conmigo mismo?».