Mientras yo le bordeaba los costados, la noche tenía ya encendidas las luces del parque. Iba enfundado en lo oscuro de la chaqueta y escondido tras la barba a medio afeitar, mirando a todas partes, pisando en cualquier sitio, buscando una hora y no un lugar.
No me vieron desde el coche rojo que había aparcado, allí, justo delante. Yo tampoco quise mirar cuando vi a los ocupantes aproximarse hacia un abrazo y juntar los labios. Los besos y los abrazos son actos íntimos, aunque se realicen en público o con publicidad.
Un recodo más allá, sobre el segundo banco de la derecha, según se mira hacia el ciprés solitario que se aburre entre tanto boje, dos chicas consolaban con media voz y gesto aterido a una tercera que lloraba. No quise mirar cuando suspiró con fuerza para poder así renovar el alivio de los pulmones. El llanto es un acto íntimo, aunque se prefiera el consuelo de hacerlo entre amigos.
Me crucé con el joven sin darme cuenta, sin previo aviso. Quizás salió de un coche recién llegado. Yo iba mirando a la chica delgada y con pelo largo que salía del portal con el móvil abierto, asintiendo con la cabeza y apretando el paso, como si huyera, hasta perderse detrás de una esquina.
El joven tampoco me vio, porque no estaba mirando. Tenía la vista perdida en un punto infinito de la calle, como si le hubiese prestado el alma al interlocutor que se adivinaba en su mano inmóvil sobre el oído. No quise mirar cuando esbozó una sonrisa y se detuvo para envolverse en su propia sombra, un poco más allá de la farola de luz desvaída. La sonrisa es un acto íntimo, aunque se ejecute en público y sean otros quienes la provocan. Y también la huida.
Sé perfectamente que nadie me vio, que no quisieron mirar cuando vacilaron mis pasos dirigiéndome lentamente hacia ninguna parte. Porque la vida es un acto íntimo, aunque suceda en la noche de un parque desconocido y ante los ojos atónitos o distraídos de los demás.
Pero escribir es un acto público, por más que se le procure un entorno solitario y se realice en la más estricta intimidad. Y llegados a este renglón públicamente juntos, aunque quisieras, no podrías negar que has querido mirar más adentro. Ni yo tampoco podría decir que eso no me reconforta.
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