Llamé al timbre y esperé. El tiempo pasó sin que pasara nada hasta que fue la hora de irme. Y justo después de doblar la esquina, no vi que tú llegabas.

Sé que me llamas, hay lucecitas rojas, cuando yo no estoy. Por más prisa que me doy, al llamarte siempre escucho una voz de lata.

Cuando trabajo, descansas. Si yo subo, tú bajas; si me tumbo, te pones de pie. Y si te invito a café, tú pides horchata.

Pero nos encanta el desacuerdo, la discordancia y esta asincronía discreta. ¿No te parece eso es mucho, muchísimo más que una asombrosa coincidencia?