Ese algo que comienza borrador, principiante, es como un eso, invisible, excitante, que nadie adivinaría.
Después del tiempo de la completa confusión, la cosa se aclara un poco, pero no del todo. Porque los pasos indecisos siempre dejan huellas solitarias sobre el mismo fondo. Y no sucede nada.
O eso parece, por fuera, pero por dentro vacila una inquietud diferente, un ansia desconocida, un hueco que rellenar urgentemente con las acciones consabidas. Uno dice algo, queriendo decir otra cosa; el otro contesta, sin concretar demasiado, con otra pregunta más gorda. Y así, sucesivamente…
Adictos y confesos, engañados y sinceros, la cosa empieza a cantar cuando se procuran la medicina necesaria para que les mantenga enfermos de aquello que todavía no saben aclarar. Se preguntan, azorados, en ciertos momentos de la soledad de su cuarto, que cómo puede pasarles eso… ¡a sus años…!
Y sucede lo inevitable, lo que tanta energía despilfarra y parece cambiarte la vida dejándola, aparentemente, intacta. Entonces, irremediablemente, las estrellas y la luna deciden personarse en el evento y lo pintan como un cuento de hadas.
Pero la cosa es caprichosa, nerviosa e inconstante, sube y baja, corre y se detiene, merengue rosa y veneno de marca. Les guste o no, se dejan huellas marcadas y un final repetido les sorprende, siempre, llegando por la espalda.
Por último, la abstinencia, las dosis se acaban y hay que echar mano de lo que se pueda para soportar la ausencia sobrevenida. Literatura, pilates, playa con la familia, mascotas o chat, da igual, no importa cuánta mercromina se derrame. Este eso sólo lo puede cerrar otro eso que se abre.
Contada así la cosa, creo yo que ha quedado clara la trama del asunto. No le hace falta ni un punto ni una coma. Pero ¡ojo!… Que te cuente esto no quiere decir que yo… ¿vale?… Ni tampoco digo lo contrario, ¡faltaría más!, tú me entiendes… No vayas a pensar que… ¡eso no!… no sé si me explico… ¡pues eso!…
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