El mismo cielo que encendía la tarde y embriagaba más que el vino, el mismo cielo que dejaba espacio al sol para que calentara tu piel y entornara mis ojos hacia tu sombra, ha cerrado la noche con nubes de un agua que cae indecisa a mi alrededor.

Así es la realidad. Así ha sido siempre, impredecible y caprichosa, cuando quiere parecerse a la fantasía. Del sueño de tenerte dentro, de la imaginación de sentir tus manos, he pasado, en un momento, a ver tu risa de niña a mi lado.

Pudo ser somnolencia de alcohol, letargo inducido, amodorramiento interior o espejismo. No puedo saber si el tacto que tiene una ilusión puede confundir mis sentidos y enredar mi corazón. Es imposible comprobar si es que la fuerza de un deseo pueda conseguir una catarsis que altere las leyes del universo.

Quizás no hubo un remolino de letras danzando por el patio. Posiblemente, nadie levantó casas en las nubes para que las habitaran los mismos duendes que las harían caer con un soplo. Tal vez no era tu mano breve de niña traviesa la que derretía la belleza del chocolate amargo.

Miro las nubes que esta noche gotean silencio y pienso en el sol que doraba esta tarde tu rostro por debajo de las gafas. En la blanca palidez de una pared encalada que echaba chispas de fuego y que ahora supura cristales de agua que se pierden en hilos que apenas mojan la negrura. Y sé que, en contra de lo que parece, escondido en lo que se desvanece, siempre ha sido el mismo cielo.

Así es la fantasía. Así ha sido desde el principio de los tiempos, caprichosa e impredecible, cuando quiere parecerse a la realidad. Me perderé, una vez más, en tu risa de niña, en el vuelo de tu pelo, en la magia inverosímil de este cuento.

Y seguiré mirando al cielo, a este mismo cielo, sin querer saber si, esta tarde, tú me tuviste dormido o fui yo quien te tuvo despierto.