Para poder mirar atrás y que salgan redondas las cuentas, no hace falta más que esperar el número oportuno, la conjunción precisa de los planetas, la exactitud de los ciclos.
Y entretanto, vivir o, mejor dicho, ir viviendo. Combinar los momentos en los que falta el aliento con aquellos otros en los que el mundo se detiene un instante. Levantarse y caer, perderse y perder, encontrar otra vez el camino. Conmover y ser conmovido.
Hace exactamente un año que nadie lo supo, del mismo modo que ahora todo el mundo lo ignora. Porque es difícil verlo desde estas letras que no llevan la cuenta exacta de los calendarios. Su misión es otra, más profunda y, sin embargo, más sencilla.
Pero para poder adivinarlo hubiera sido necesario asomarse más adentro. Romper la frontera del espejo, atravesarla por un resquicio y mirarme de lleno. Entonces se podrían haber entrevisto las canas que dan el testimonio de una vida, la frente despejada que acumula sol en el fragor de la melanina, la barba blanca que insiste en parecer siempre recién salida.
Entonces se hubieran presentido las quinientas cincuenta y nueve lunas que han pasado por mis ojos a la velocidad de un rayo incesante. Podrían revelarse los dardos recibidos por la palabra y esta pluma efervescente que hace cosquillas a los recuerdos para que se conserven.
Camino llevando dentro mi propia suerte, continuo mirando atrás, de vez en cuando, para reconocerme y saber por donde piso. Persigo seguir amando con mayúsculas las cosas minúsculas que me ofrece el azar. Pero, sobre todo, sigo necesitando saber que estás ahí, aunque, como en este instante, no tenga nada interesante que decir.
Quiero exprimir mi tiempo, notar cada segundo que me atraviesa. Seguir volando cometas mientras navego todos los mares con los pies en la tierra. Y buscar la ternura que alimenta esta lucecita, esta vida que vivo de letras que, de tanto en tanto, me recuerda que no soy yo. Que aún no soy yo.
Tu voz es el hilo del que tiro para salir indemne del laberinto. Pero, hasta ahora, no se le había ocurrido a mi corazón que, tal vez, también mi voz pueda ser tu hilo. Por eso te presto este trocito, para que, si alguna vez nos encontramos perdidos, no sea nunca en la traducción.
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