Esta es la hora exacta, el día concreto, el número preciso. Todas las noches, a esta hora, un eco de tu voz me lleva de la mano siempre al mismo sitio.
Tú estabas allí, donde yo todavía sigo. Porque sigo teniéndote aquí, cerca del corazón, desde donde me miran tus ojos clavándose allí, en la dulzura honda del recuerdo que revienta en el pecho que apreté contra ti.
No puedo evitar, a esta hora, viajar de puntillas cuando me mira la luna que me abrió el camino de la noche. Ni puedo controlar este qué sé yo doloroso que me aflige la respiración de tanto contenerla esperando que sea tu boca la que me de el aire que necesito.
Porque besarte fue, tal vez, dibujar el paraíso. Perder la noción del sueño, navegar en un remolino, tirar miguitas de cielo para recordar después el camino aun sabiendo que no es posible dar marcha atrás en el tiempo. Besarte fue, quizás, encontrar la salida del laberinto.
A cualquier hora habitas sueños que empiezan en prosa y acaban en verso y no acaban sin haber antes empezado de nuevo. Pero, a esta hora, tú sabes bien por qué lo digo, la ausencia tenue de tus manos se multiplica por cinco.
Quizá el azar tenga a bien concederme, algún día, otro beso, otra vida, otro hilo. Entretanto, a esta hora, duermo siempre con tu voz bordada en mis tímpanos.
A esta hora, aquí estoy, pero allí sigo.
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