Cuando mis dedos bailan en punta sobre el escenario de teclas en un ritual de pasos pequeñitos, mis manos son arañas nerviosas que viajan sin ir a ningún sitio, invocando por el camino el milagro de las presencias. Pero tú no contestas a los ruegos y sólo me los devuelves letras.
Cuando grito por dentro un arsenal de locuras para que se me rompa en dos el esqueleto mientras espero del cielo conclusión alguna, tú no respondes nunca, sólo me envías silencio.
Cuando quiero arder consumido en el fuego, cuando necesito abrasarme porque vengo muerto de agua, tú, nada haces, sólo me ofreces palabras que se deshacen en frases.
Cuando espero huracanes, tormentas, ciclones, tempestades, mar de fondo que me arrastre y me deje tiritando en una orilla, tú, ni siquiera soplas, sólo me señalas la brisa que antecede a los vendavales.
Pero esta noche no es suficiente. Esta noche viene dura, rellena de ausencia espesa y viento del norte. Esta noche viene tan sedienta de piel, que no puedo saciarme con lo que me ofrece tu ternura de papel, ni con la brisa que duerme en el folio, ni con el bálsamo iluso de perder cordura y parecer loco.
Señora de las letras, don de la palabra, musa, diosa o demiurga… nunca me das lo que te pido, nunca escuchas mis deseos, nunca deshaces mis dudas pero, esta noche te suplico que me concedas un instante de carne y hueso en el que poder abrazarla desnuda.
O si tú no puedes tampoco alterar las leyes del mundo y de la física, al menos, clávame hasta el fondo una idea descabellada que me haga creer que la toco, que mis manos la acarician cuando, esta noche, poco a poco, vaya pulsando todas las teclas que me dictas.
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