Andaba yo el martes, ocho de enero, por el estanque, revisando un post sobre Antonio Machado, magnífico poeta, decidiendo no alargar una cierta conversación sobre preferencias.
Sin saber bien por qué, decido cerrar la ventana y bajar al sótano para buscar un antiguo cuaderno de poesías entre las cajas olvidadas. Tras una larga búsqueda, aparece el cuaderno justo encima de la Segunda Antolojía Poética de Juan Ramón Jiménez.
Decido rescatarla inmediatamente del olvido, preguntándome cómo había podido condenar ese maravilloso libro a la nube de polvo de las cajas. Y, mira tú por dónde, justo debajo aparece otra antología; esta vez, de, precisamente, Antonio Machado.
«El destino no me asusta, puedo elegir», pienso para mis adentros y sólo rescato el libro de Juan Ramón, junto con mi vieja colección de letras antiguas. Y, antes de leer mi propia historia, escribo un post sobre los viajes de la memoria y el efecto hilo.
Pero antes de dormir, no puedo resistir y dejo que Juan Ramón se abra por cualquier página. Es un libro viejo de una edición barata y la encuadernación no ha resistido intacta el paso del tiempo. Así que se abre con facilidad por su imperfección más acusada, página ciento diecisiete, capítulo trece.
Veamos, ¿cómo se puede llamar ese capítulo para que capte toda mi atención inmediatamente? Pues sí, es posible que alguien haya acertado que el capítulo trece se llama LABERINTO.
Sin leerlo, hojeo el capítulo para ver si lo empiezo antes de dormir, pues ya ha pasado medianoche y a la mañana siguiente toca madrugar. Y, ahí, en mitad de una página, aparece…
En fin, señor Machado, que he decidido releer su libro. Tiene usted aliados muy persuasivos.
Por cierto, más tarde reviso la fecha de edición y observo con asombro que terminó de imprimirse, precisamente, un nueve de enero. Mensajes en el tiempo de quién sabe quién… para quien quiera entenderlos.
LABERINTO
A ANTONIO MACHADO
Amistad verdadera, claro espejo
en donde la ilusión se mira!
…Parecen esas nubes
más bellas, más tranquilas…
Antonio, siento en esta tarde ardiente
tu corazón entre la brisa…
La tarde huele a gloria;
Apolo inflama fraternales liras
en un ocaso musical de oro
como de mariposas encendidas…
liras sabias y puras,
de cuerdas de ascuas líquidas,
que guirnaldas de rosas inmortales
decorarán, un día.
Sí. ¡Amistad verdadera,
eres la fuente de la vida!
…la fuente que a los prados de la muerte
les lleva floras pensativas
en la serena soledad undosa
de sus corrientes amarillas…
Antonio, ¿sientes esta tarde ardiente
mi corazón entre la brisa?
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