Cuando te quedas callada y tus cinceles de fina púrpura dejan de esculpir el aire que te traspasa, noto como el tiempo cambia a tu alrededor para volverse más viscoso, más difícil de digerir, más áspero al paladar de mis oídos.
El paisaje te sigue con devoción hacia el silencio, tejiendo hebras de intriga por las esquinas del ruido, hilando las palabras posibles que se quedan atrapadas en el eco de las últimas que pronunciaste.
Ya sabes que, algunas veces, transitamos en mundos paralelos desde los que es posible oírnos sin escuchar lo que decimos. Es un hábito impenitente que se agrava con los años, que me hace sentirme miserable a ratos y a ratos inasequible al derramamiento detallista de tu mirada sobre las cosas.
Pero cuando te quedas callada rompes de bruces la barrera de los mundos. Tu silencio rasga el velo tenue que nos mantiene separados, te noto a mi lado más profundamente que nunca y un chip prodigioso te transporta hasta el centro de mi universo.
Te miro, con todas las alertas encendidas del pensamiento, acallando mi voz interior que habitaba sueños lejanos o que andaba perdida persiguiendo esos versos absurdos que se me esfuman de la mano por las rimas.
Te miro fijamente, créeme, saboreando cada uno de los segundos en los que tus ojos consiguen dejarme la mente en blanco, porque, sólo en esos instantes consigo que tú seas toda mía y que yo sólo pueda ser tuyo.
Porque vuelcas en mí todos tus sentidos y estudias minuciosamente mis gestos y gravitas a mi alrededor deteniendo en una respiración todos los elementos místicos de la vida.
Entonces, imperceptiblemente, cambia de mano la llave del tiempo y gira otra vez en la cerradura cuando el silencio ataca su estrofa principal con un «crescendo» imposible que termina arrancando otra vez tu palabra.
—Pero, bueno, ¿no dices nada? —me hablas como conociéndome desde hace mucho tiempo, con un enfado simulado que siempre me hace sonreír—. Nunca me escuchas, es como si le hablase a las paredes. Pues te decía que he pensado que…
Y ese instante, ese momento, cuando fui el centro de tu universo, se pierde de nuevo entre tus palabras. Me gusta cuando callas, porque dejas de estar… como ausente.
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