Ligeramente inclinada y apoyada en el alfeizar, mirando por la ventana, la tarde acariciaba tu pelo con los dedos de la brisa que entraba dulcemente desde la playa. Me acerqué sin notar el esfuerzo de los pasos, embebido en las curvas de tu silueta claramente definida sobre la luz anaranjada que vertía la tarde en la habitación.

Mi sombra se enredaba en la llamada que tu cintura desnuda dibujaba por encima del pantalón. No pude evitarlo y detrás de la sombra fue mi mano, sedienta de piel, la que resbaló por tu costado hasta llegar a tu vientre liso, tibio, acogedor.

Te giraste suavemente hacia mí, de medio lado, muy despacio, como volviendo de un sueño. Quizás estabas más lejos de lo que yo creía y tu alma habitaba barcos en el aquel horizonte de luz diluida.

Sonreíste divertida, con una sonrisa refulgente que arrugaba tus mejillas en un tierno mohín, con tus ojos profundos brillando sobre el mar de fondo. Sonreíste con la serenidad de quien respira hondo y sabe contener sin esfuerzo sus ganas de reír. Sonreíste por dentro, como sonríe el mago cuando está a punto de desvelar con sus manos el efecto de su truco.

Con un dedo en señal de silencio, me miró tu boca de media luna hasta que tus ojos de almendra me dijeron:

——¡Shhh! Despierta, cariño. Te has equivocado de sueño y te has colado en el mío. Vuelve al tuyo, te están esperando.

Besaste tu dedo de la discreción y lo pusiste en mi boca. Al sentir el frío de su tacto en mis labios, efectivamente, desperté abrazado a la almohada con la cabeza aún perdida entre imágenes nebulosas.

Cada vez que me encuentro contigo me sonríes más fuerte, me despides con más suavidad. ¿Acaso no ves que ya no es casualidad, que lo hago adrede? ¿Es que no ves mis labios que se mueven a punto de decirte la verdad?

Si la próxima vez que me cuele en tu sueño, al notar mi mano sobre tu espalda, te apartas de la ventana y me escuchas un momento, prometo explicarte por qué nada ocurre en esta vida ni en este mundo, sin que haya ocurrido antes en un sueño, mío o tuyo.