La noche fue un viento irresistible, una ráfaga de ansiedad. Deshojamos en ella aquel calendario, con el mismo remolino de intensidad con el que lo vivimos. Un pudor exquisito desvistió las palabras y tu voz cansada me revolvió de nuevo la imaginación hasta el fondo.

La noche fue un viaje silencioso, un equilibrio de niebla bullendo en la piel aletargada. Era tan tarde, estaba todo tan oscuro, silbaba tanto el aire en el trayecto que va de tu corazón al mío… que no supe contener la emoción acurrucada en mis dedos de espuma.

La noche fue un temblor de luna, un hormigueo en las manos y en la garganta. El paseo por un tiempo despeinado de futuro con la luz de tu mirada aquella iluminándolo todo y atrapando, como si ya no fuese ayer, la voluntad insaciable de mis ojos.

La mañana ha sido clara de sol redondo, un baño de azul límpisimo impregnando el espacio. Se ha parado el viento y, sobre el patio, han quedado las hojas caídas escribiendo las letras de los versos que la noche onduló sobre el viento. Las he vuelto a leer con la escoba, casi sin querer moverlas de sitio, descifrando en su vuelo de mariposas secas este mensaje infinito.

Que puedo esperar un siglo y gastar la vida entera. Que puedo esperar cuanto quieras y encontrarte en cualquier sitio. Que nunca es mucho tiempo; y que el sueño nunca se pierde, cuando es una balada en noviembre lo que se vive contigo.