Cuando suena en la puerta la música de unas manos, el silencio teórico se hace sombra. Clave de sol que alumbra desde el pasillo un umbral. Tiembla la puerta deseando abrirse, como esperando visita.
Son las puertas las que confieren su secreto a los asuntos, la intimidad a los encuentros, la paz al interior. Entrañan palabras a medias, se estruendan risas completas y los besos se rellenan hasta el punto de estallar y saltarse todas las puertas.
Tiembla también el día cerrado, encerrado, absorto, como queriendo abrirse mientras gira la puerta sobre sus goznes sin hacer ruido, lentamente, alborotando el corazón alrededor de un mismo centímetro.
Y un segundo más tarde, cuando la puerta se vuelve a cerrar y todo parece indicar en los pasos suaves que llenan la estancia con otra brisa que ha entrado alguien, sucede el misterio. Que no ha entrado nadie que no estuviera ya dentro.
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