¿Qué tienes que todo se tambalea? Se mueve la tierra cuando estornudas y el frío arremete su punta cuando te sube la fiebre.

La luz se vuelve intermitente cuando pestañean tus ojos brillantes y el hilo de voz, que apenas te sale del cuerpo, desmadeja la tarde en una rueca que gira a tu alrededor.

¿Qué tienes? Qué tienes que inundan escalofríos tus pasos hacia la lumbre, que palidece la noche en tu rostro, que tose el mundo en tu garganta y después se agita en un vaso.

—Creo que he pillado la gripe. Me duele todo el cuerpo —me dices moqueando, con los ojos vidriosos, con cara de susto y arrugando los hombros tres veces por minuto.

Ya se ve desde lejos, ya se te ve desde lejos la sombra de la gripe y su mala catadura. Pero no es eso.

No, no es eso lo que te pregunto. ¿Qué tienes que tu estornudo me duele a mí en el pecho, que tu temblor se agolpa en mis manos, que tu malestar me contiene la respiración en un silencio?

Debe ser que tú me quieres… o que yo te quiero… O que me la estás contagiando. Vírica complicidad.