Se despertó agarrada a un gemido, envuelta en sudor, emergiendo con un lento y pesado pestañeo de entre las brumas de lo imaginario. El frío de la realidad, sobrevenida sin aviso, la golpeó con fuerza, dejándole la cara vacía, blanca, trémula.
Se enderezó para sentarse en la cama, en mitad de ese nublado espeso con que nos recibe la luz entornada de la vida cuando volvemos a ella. Todo parece estar bajo las sombras, hasta que, poco a poco, se aclara la estancia cotidiana que nos acurrucó bajo las sábanas y deja de ser irreconocible, para quedarse quieta, por fin, cuando ponemos los pies en el suelo.
El segundo empleo de las manos fue despojarse del pijama. Un acto íntimo, inseparable de la privacidad más completa, aunque no se haga a solas. Tan secreto como el preciso instante en el que se pliega la conciencia, doblando el mapa de lo visible sobre la cara del sueño.
Sintió la piel erizada por dentro y estudió detenidamente la dulce evidencia de sus pezones florecidos, que se mantenían encendidos y expectantes. Intentó dibujar en ellos, con un roce cauto, el perfil de los fantasmales labios que ocurrieron y que existieron tan sólo el momento necesario para degustar fresas a oscuras.
Notó caminos en su piel, caminos recorridos bordeados de besos, que aún palpitaban provocándole un hormigueo continuo, suave, casi tierno, que la transportaba de nuevo a los brazos sólidos en los que estuvo inmersa. No sabe cuánto tiempo ¿quién miraría el reloj en ese momento?, pero lo poco que pareció durar sí que lo recuerda con un tenue halo de desazón.
Después pudo comprobar, en un tacto tímido e incrédulo, que todo su sueño se había estado derramando por entre los más sensuales vericuetos de sus piernas encogidas. Aún pudo alcanzar con sus dedos las últimas gotas rezagadas, que parecían querer huir hacia la ropa interior; para no ser descubiertas y así volver, intactas, al profundo refugio de la vida imaginaria.
«Soñar es vivir», se dijo para sí, mientras decidía si tapar todas las huellas y enterrarlas profundamente en la realidad bajo el agua caliente de la ducha. Soñar también es vivir, porque la vida no tiene partes, ni entreactos ni fases. Porque la vida es toda una y, aunque nosotros no lo creamos, al cuerpo jamás le quedan dudas al respecto.
Soñar también es vivir, pregúntale a ella si no, pregúntale cual es el no sé qué que hay detrás de su sonrisa mientras mueve la mirada perdida sobre la taza de café. O pregúntame a mí. Pregúntame si soy yo quién se cuela cada noche en su sueño, y por qué también me despierto, cada noche, cuando se despierta ella.
O la verdad bien podría ser exactamente lo que imagino, que aquella es la única realidad y que, ahora, yo sólo estoy soñando que escribo.
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