¿Aún recuerdas? Mis labios cayeron sobre ti como fina lluvia, como un concierto esponjoso de burbujas que encerraban el aire que guardaste para mí dentro de tu pecho.
Mis brazos fueron la hiedra que cubrió tu estatua conmovida, cincelándola en caricias sobre el torso inolvidable que sostenía tu corazón. Y en el jardín de tu piel creció el musgo de mis dedos, muertos de sed, por entre los pliegues cálidos en donde palpitaban tus secretos mejor guardados.
Quizá recuerdes, también, que los dos brotes que surgieron de tu pecho, se deshicieron en flores cuando me convertiste en un insecto de mil ojos de colores en busca de miel. Enroscado en tu piel, navegando en la curvatura de tu espalda, pude ver cómo se cerraban tus ojos, invocando sílabas extrañas con las que proteger en la memoria aquel sueño compartido.
Yo no dejo de recordar. Ni consigo apartar de mis oídos, convertidos en caracola, aquel mar de ruidos que me dejó escritos tu lengua espiral surgiendo de las sombras. Ni soy capaz de calmar este temblor de mis dedos cuando echan de menos tus manos, ni encuentro materia distinta del sueño con la que rellenar el hueco que me dejaste en los brazos.
Sólo que, algunas veces, no sé si trampa o mano que me tiende la vida, una voz que se descuelga me enciende la emoción contenida. Hablas disfrazada, tapándome con un dedo, haciendo bailar letras encadenadas, recordando el sonido de una canción… ¡Qué pronto se me acaba!
Después, miro por la ventana cómo el día se ha salpicado de gris y suena el agua en las aceras. Entonces, me dejo sumergir de nuevo en esta dulce melancolía, que me lleva deprisa al principio sin fin. A cuando mis labios cayeron sobre ti, como lluvia fina. ¿Aún la puedes sentir?
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