El mar es más que un paisaje, más que un color. Lo envuelve todo mojando los pensamientos en su ruido. Y se mojan todos los sonidos en el vendaval que se desprende, como el eco de un latido que confunde tu alma con la del mar.

Más que agua, más que cielo, el mar es más extenso que la raya horizontal que lo contiene. Es un universo paralelo del que sólo nos separa respirar. Es la certeza de un misterio, la lucha perpetua entre la duda del naufrago y la fe de la flotabilidad.

En las tardes somnolientas de playa lenta, cuando, sobre la arena, se torna dulce la luz del sol, el libro que me une y me separa del mar avanza las hojas de una en una. Me viene a la mente, mientras leo, un verso con forma de pregunta, ¿la literatura es como el mar?

Pero no me cabe ninguna duda si levanto la vista al azul completo, porque cuando el viento escribe jirones de historia fugaz con renglones torcidos de espuma, entonces, el mar —¡ay, si yo lo supiera cantar!—, es mucho más que literatura.