Siempre me parecerá pequeñísima, rubísima, azulísima, y no podré nunca dejar de pensar en ella como si acabara de dar su primer paso poniendo en mi mano toda su fe. Aquel día, yo tenía que llevarla a una de esas citas importantes a las que queda muy mal llegar tarde, así que apagué el espejo y me bajé con prisa.
Mientras me observaba reunir los pertrechos de padre responsablemente torpe, ella abrió sus platos azules como si fueran ojos inmensos y me preguntó:
—¿Por qué tienes dos manojos de llaves?
Me cuesta salir de mi mundo y aterrizar en el suelo, y como venía flamenco de versos y catatónico de rimas, se me ocurrió decirle que unas eran las que me abrían las noches y, las otras, los días.
Su sonrisa incrédula, su gesto decepcionado de adulto en potencia que no quiere ser tratado como niño y sólo espera respuestas razonables, desarmó al instante mi ataque de fabulitis crónica. Así que tuve que decirle la otra verdad que yo sabía, que unas eran las llaves de la casa y las otras, las del coche.
Entonces, inesperadamente, con la aplastante lucidez de quién ve lo simple de las cosas, bajando escalones y mirando al suelo como si hablase sola, quiso explicarme el mundo mientras reía perlas:
—Todas las cosas importantes deberían tener la misma llave. Así sería todo más fácil.
A pesar de mi supuesto título rimbombante de técnico ayudante en malabarismo de palabras, no se me ocurrió nada con lo que responder. Y, después, todo fueron prisas y huida hacia delante y esperanza de verde y búsqueda de muelle donde atracar, hasta que la tarde se perdió para siempre en un rincón de mi memoria.
Quisiera ser capaz de retomar con ella el asunto, para darle toda la razón que tiene. Sé que existe esa llave, yo la tuve en mi mano un día, cuando todo era más sencillo y mis cosas importantes estaban todas a la vista y cabían en un bolsillo o en un cajón.
Y si alguna vez ella quisiera, cuando inexorablemente el tiempo haya perdido también su llave, tomaría en mis manos su corazón y partiríamos de viaje a buscarla juntos. Podríamos buscar, incluso, hasta en dónde dice la canción.
Debo admitir que me encanta la idea. Y tal vez, allí mismo, una al lado de la otra, ande también escondida la que yo perdí.
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