No veo esta noche la luna desde mi observatorio del patio, quizá porque esté brillando para otros en alguna parte del mundo que yo no veo. No se ven tampoco las estrellas, que ahora se adivinan lánguidas, como entristecidas de brillo, sin más misión que trasmitir sombras antiguas de mundo lejanos.

El aire está quieto, indolente, desganado. El ruido se acolcha sobre el horizonte y deja un silencio expectante que apenas puede percibirse entre los latidos de mi corazón y la canción de mis pulmones cuando se vacían y se rellenan.

En el suelo no bailan las hojas secas caídas del seto ni revolotean insectos. Tan sólo, de vez en cuando, me parece ver translúcidas las alas febriles de un murciélago, que bien podría ser espejismo de gorrión apresurado.

Te estaba esperando aquí, ya sabes, en la entrada secreta que tú y yo tenemos al laberinto del deseo. Pero esta noche, sin ruido y sin brisa, subo más deprisa que de costumbre los escalones del incendio que arde a fuego lento y me dilata las pupilas.

Para ver mejor en la oscuridad cómo se abren tus pétalos esperando rocío que inunde tus poros mientras sé que tus ojos, aunque no pueda verlos, perfuman la lista infinita de caricias que llevo adherida en la piel.

No hace falta la luna para hacer una noche. Ni ruido de quietud, ni brisa dulce que rebote sobre el paisaje, ni que el jazmín encienda su fragancia somnolienta sobre la oscuridad adormecida que busca ojos en los que refugiarse.

Tú y yo nunca bailamos al mismo ritmo que los planetas, nunca fuimos marionetas de sol ni títeres de luna. Nos basta empezar con un beso de esos que cierran los ojos y paran el tiempo y abren el concierto de un silencio que revuelve por dentro las hojas del aire que respiramos. Y desatan el jazmín de tu aroma y el revuelo inquieto de tus pechos y las alas febriles de tus manos cruzando a palmos mi desierto en busca de sombra.

Entonces las mías se enredan en la brisa de tu pelo y escribo con fuego, en tu pergamino de valles profundos, versos intensos derramados de tinta. Y confieso que me fascina esa dulce manía tuya de hacer que me ocurran noches desnudas a plena luz del día.

Será por eso que, esta noche, no consigo ver la luna.