Desde los sacrificios hasta la cortesía para los estornudos. Desde las ofrendas hasta el amarillo de los actores, de las fiestas de la cosecha hasta las uvas y el acebo.

Desde los megalitos a los sismógrafos, desde el brujo hasta la astronomía. De los chamanes a la química, del curandero al cirujano, de los saludos cotidianos hasta la lotería.

Todos los ritos que en el mundo han sido, tienen su base en la búsqueda de la suerte, en esa necesidad que tenemos de adelantarnos, de provocar, lo favorable o desfavorable de los acontecimientos venideros. En la pulsión por controlar nuestro entorno cuando avanza hacia el futuro. En esta ansia irrenunciable de saber las cosas antes de que ocurran.

Muchos han asegurado, a lo largo de los tiempos, saber predecir el futuro echando mano de técnicas diversas e imaginativas. Estrellas, runas, vísceras, huesos y un sinfín de elementos que, combinados apropiadamente, producen un lenguaje adivinativo.

Pero a mí, que me dejen en paz con las cartas y los oráculos. Yo sólo creo en los sueños.