Vendrás, vendréis. Os espero impaciente. Inquieto. Necesito revisar los lazos y apretar de nuevo los nudos para que no se suelten. Recoger los hilos, tirar de ellos suavemente para comprobar que aún siguen extendidos, intactos, a salvo de la fuerza centrífuga de la vida.
Te sentarás, os sentaréis, a mi lado. Tal vez, enfrente. Dos sillas más al sur se sentarán con nosotros los recuerdos más recientes. La latitud del pasado huye hacia los polos, se enfría, se disuelve, y quiero evitar la deriva indolente del desplazamiento al rojo.
Quiero que estemos todos. Los que fuimos, los que somos, los que estamos a punto de ser. Una multitud camuflada, los que fuimos hace diez años, deambulando atónitos por el patio. ¿Quién es cada quién? ¿Cómo hemos podido cambiar tanto?
Estoy dispuesto, ansioso, de cambiar el hueco que me dejan los abrazos de las despedidas por un relleno espumoso de besos y sonrisas. Estoy deseando vencer al azar, derrotar al olvido. Comprobar que perdura la hierba que pisamos en aquel cruce de caminos.
Quiero hacer este viaje en el tiempo, modesto, sobrio, comedido. Devorar la distancia, romper las agendas y reunirme otra vez con mis amigos. Para entender quién puedo ser yo de entre todos los que he sido.
Y para saber cómo hemos podido cambiar tanto y, sin embargo, seguir siendo los mismos.
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