Uniformado con la luz especial que tienen los ojos que anhelan musa, armado hasta los dientes con mi canana de teclas y a lomos de un intrépido ratón arquero, me acerqué solemne hacia el estante en el que aguardaba quieto el diccionario.
Se oía murmullo de tropel en descalabro mientras lo transportaba hacia el gabinete de la pantalla pero, en cuanto se abrió, las palabras se ordenaron alfabéticamente y escucharon, en perfecta formación como hacen siempre, mi arenga desesperada:
Necesito vuestra ayuda para una difícil misión, camaradas. El alto mando del corazón nos necesita para conquistar una mirada.
No hizo falta más discurso. Se adelantaron los verbos, ofreciendo modos y tiempos para emprender sus acciones inmediatas o reflexivas. Los pronombres y los artículos también se animaron enseguida. Las preposiciones, siempre tan predispuestas, lanzaron mil exclamaciones de júbilo. Los sustantivos y adjetivos tardaron algo más en unirse, debido a su dichosa costumbre de concordar en número antes de decidirse.
Los interrogantes, faltaría más, plantearon sus típicas dudas quién, cómo y por qué que, a duras penas, contestaron los determinantes, aunque dejando algunas sin responder. Y ya no quedó ninguna cuando empezaron a andar despacio los adverbios de lugar allí, delante, lejos al lado de los de tiempo hoy, siempre, nunca. Porque hay que saber… que el miedo puede servir de ayuda antes de dar el primer paso, pero no después.
A golpe de tecla, dispusimos las frases mejor coordinadas sobre el lienzo encarnado que subía y bajaba por la pantalla. Esparcieron los posesivos sus trampas por los renglones y se distribuyeron las rimas al fondo. Los párrafos se separaron un poco, para aclarar las ideas, para dar más sentido. Después, tan sólo, tensa espera de semántica nerviosa. Hasta que, al fin, al otro lado del horizonte, apareciste tú, emergiendo de las sombras.
Tu mirada hizo temblar todas las palabras y sacudió las letras. Las derritió el breve movimiento de tu pupila que tiraba a dar con su brillo inquieto. Intentaron resistirse un poco lo pronombres personales sembrando de dudas los significados; pero cuando decidieron tus labios romper el silencio leyendo palabras en voz alta, huyeron despavoridas las metáforas en desbandada, se desordenaron los versos y mi corazón cobarde, en incesante retirada, sólo supo tragarse los besos que no te lanzaba.
Parecerá derrota cuando regresen mis palabras, dentro de un momento, al limbo electrónico que hay detrás de la pantalla. Pero ellas confían y yo espero, que tus ojos retornen a subir y bajar por la colina encarnada para derrotarlas de nuevo. Con las palabras ocurren cosas extrañas caprichos del azar y nadie sabe con ellas cuánto se puede ganar aunque parezca que se va perdiendo.
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