Una noche de plenilunio, cuando estaba todo tranquilo, te asomaste a mi ventana escuchando una sonata para princesa y búho. No sé si porque es caprichoso el azar, o porque sabías que yo quería conocerte, te enredaste de repente en la puerta del laberinto con un hilo invisible y entraste por el hueco imposible que me dejó un sueño imprevisto.
Nos domesticamos, me hiciste parte de tu soledad y pude entender casualidades que sólo el misterio del espejo puede explicar. Aceptaste mi invitación sin ningún titubeo y convertiste el recital de aquellas canciones para recordar aún puedo escuchar su eco en un juego de transparencias en el que a veces me echas de menos.
Quisiera contarte que no se cuentan las palabras, que haces que se vaya mi melancolía, que me bañas en el agua de ayer con la sombra de otros días. Que tengo tus abrazos señalados con mimo en mi mapa del tesoro, que necesito más noche para perderme en tu rompecabezas de abalorios. Que me encanta presentir tus pasos pequeños y preparar el espacio para tus regresos.
Hoy, por ser hoy el aniversario de este invento, no voy a decir nada nuevo. Prefiero irme sin ruido y hacer mutis hacia el insomnio, tejiéndome en tu horóscopo con este hilo.
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