Cuando un verso me nombre, saltaré feliz entre las letras, subiré al cielo de los ojos y lloveré en su estampa de la esfera. Chapotearé en la tinta, para que manche mi recuerdo en las manos frescas que me escribieron.
Me esconderé en el renglón preciso para no dar descanso a la boca abierta de las vocales. Me subiré a los lomos de las palabras mientras intrigan significados distintos que ponerme en el equipaje. Rozaré la luz de las lámparas encendidas que alumbren lo escrito, para no dejar nunca, nunca, que se apaguen.
Cuando un verso me nombre, viviré cada vez una vida diferente, con un final distinto, con un principio inexistente. Me acurrucaré en la memoria para saltar de improviso a la levedad del presente. Dejará de arañarme el tiempo y podré esconderme tranquilo de las espaldas de la suerte.
Enterraré en las comas mi tesoro de aire para que respiren las bocas y puedan seguir el viaje. Esperaré impaciente, colgado en los puntos suspensivos, hasta que una sonrisa me descubra de repente en el mensaje.
Cuando un verso me nombre, lo mantendré siempre recto, siempre tierno, siempre en orden. Cuidaré que no se extinga su rima ni su ritmo. Me guardaré con mimo en cada sílaba, en cada espacio, en cada borde del papel que me escriba y dejaré que me roben todas las miradas que se posen posesivas cuando mis pasos sin peso me eleven en el aire.
¡Tiembla, olvido! Desata tu furia y tu miedo más cobarde. Porque, con una sola vez que un verso me nombre… siempre, siempre, podré derrotarte.
Mientras estoy aquí, entre olvido y derrota, escribiendo besos y versos que pronuncian tu nombre a todas horas. Soñando, y sabiendo, que puede ocurrir cualquier cosa… Hasta incluso que, alguna vez, un verso me nombre.
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