Llegaste a casa hace un rato, todo normal, nada nuevo. Entras en el salón, sin querer fijarte mucho en las cosas que se están descolocadas, mientras piensas en la cena, buscando el equilibrio más sencillo posible entre la hora que es y las pocas ganas de fogón que te quedan.
Se escucha en toda la casa la música que has puesto en la radio. Te gusta más que la tele porque no te ata al sofá y puedes tenerla de fondo mientras te pones a cocinar. Vuelves al salón, entre sartén y plato, y acabas colocando lo que antes pasaste sin ordenar, no puedes evitarlo.
Has cenado algo al final, aunque no mucho; el cansancio y los nervios siempre te quitan el apetito. No tienes gana de poner otra lavadora ni de despejar el fregadero, así que te sientas en el sillón. Pero no hay ningún programa en la televisión que merezca la pena verlo.
Piensas en leer algo, no sé, el libro que tienes en la mesita de noche, que te queda todavía un poco para terminarlo. Pero es temprano para meterse en cama, así que cambias las luces y entras en la habitación. Tal vez tengas algún correo y enciendes el ordenador para comprobarlo. Pues no, nada interesante, sólo publicidad y powerpoints que acabas eliminando.
Pero, total, ya que está encendido, con lo que le cuesta arrancar al Windows, abres el navegador y despliegas los favoritos. Mmmm… a ver… a ver… Al final abres la página de La Coctelera pensando en ver lo que hay nuevo. Un vistazo a los últimos post… mmm… a ver… este mismo parece interesante, te llama la atención el título: «¡Increíble coincidencia!».
Y aquí estamos. Coincidiendo. De entre los millones de páginas que hay en internet, has elegido precisamente ésta en este momento. ¿No te parece increíble? No me digas que nunca has pensado lo caprichoso que es el azar y cómo nos mueve a su antojo por su tablero redondo.
Este post es un experimento. Verás, tengo un contador, ahí un poquito más arriba, a la derecha, con números blancos sobre fondo negro. Cuando entro al blog para ver lo nuevo y si hay algún comentario, veo que ha habido, no sé, veinte visitas, pero, sin embargo, sólo uno o dos comentarios. Y me mata la curiosidad de no saber quién ha pasado por aquí.
Si fueses tan amable, te pediría que contribuyas a mi experiencia con un comentario. Basta un saludo, no sé, lo que quieras. Aunque puestos a pedir, me gustaría saber desde dónde me lees y cómo me has encontrado. Pero, en fin, eso, tú mismo, tú misma. Y si te apetece curiosear un poco por el blog, pues, perfecto. Y si no, pues, perfecto también.
Te agradezco sinceramente que me hayas dedicado tu tiempo, comentes o no. También quiero agradecer su esfuerzo a la mariposa que, al mover las alas en alguna parte del mundo, te hizo llover sobre mí.
Permíteme un último pensamiento. Tal vez volvamos a coincidir, si es tu gusto volver a pasar por aquí dentro de un tiempo. Y si así fuera, entonces, ya no sería casualidad, sino un reencuentro. No sólo es azar lo que mueve el universo. Las más increíbles coincidencias de este mundo, en el fondo, no son tan increíbles. Y, a veces, ni siquiera son coincidencias.
Gracias. Buena suerte. Nos vemos en otro recodo del camino.
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