Digamos que ella no quería, pero que lo estaba deseando. Paseaba del brazo con su recuerdo por todas las horas de la vida, aunque especialmente cuando la luna pinta de sombras los enseres cotidianos. Imaginaba a trompicones, digamos que a deshoras, encuentros fortuitos que empezaban en verso y acababan en prosa. Pero si le preguntaran, incluso en mitad de una de esas incursiones tan profundas, ella hubiera respondido sin vacilar: «Nunca».

Digamos que a él le asomaban las ganas por entre las dudas. Que no es que no quisiera, sino que no quería querer. Que se tapaba los sueños con la mano abierta para no perderse detalle de aquellas escenas difusas. Que sonreía por dentro cuando se abandonaba a ensayarlas en la hora de las brujas, mientras respondía a las preguntas con un «seguro que no», posiblemente muy en serio, aunque en sus ojos se entornara un absurdo titubeo.

Digamos que ella esperó con paciencia el momento oportuno para acercarse despacio a la orilla de la suerte. Él tampoco quiso perderse en las traviesas del tren incandescente que partía de su estación. Y aunque no hubo reproches, cuando ella pensó «tal vez», desapareció de las noches rumbo a no se sabe qué difícil pirueta de la conciencia. Hasta que pasado el tiempo y de improviso, que no tanto por azar, volvió escribiendo en el viento el murmullo de un «ojalá».

Digamos que temblando como nunca, él se apostó en el quicio de la puerta con la mirada desnuda, tirando secretos por la borda, para cantarle al oído la música dulce del «ahora». Fundidos y absortos, digamos que venciendo a las fantasías perennes, con un solo abrazo se escribieron en la piel todas las letras de un «siempre».

Digamos que lo que no se sabe, nunca es lo que parece. Digamos que el futuro no comenzará hasta que no se acabe el presente. Digamos que cuando pensamos que «de este agua no beberé» es cuando con más fuerza nos ataca la sed. Digamos, por no callar, que el fin de los sueños nunca está escrito, pero que es necesario saber que debajo de cada «siempre»… siempre se esconde un olvido.

Digamos, entonces, hablemos por hablar, que antes de que llegue el final, quiero seguir en el principio.