Puedo entender todas las casualidades.
Estoy acostumbrado al azar y al vaivén caprichoso de la vida. Aún soy capaz de sorprenderme de lo que pasa a mi alrededor y cada noche me acuesto un poquito más asombrado que la noche anterior.
La casualidad de pasar por tu lado sin siquiera darme cuenta que estabas. Haber compartido desconocimiento mutuo y horas perdidas. Entonar canciones que otros nunca escribieron para mí ni para ti. Hasta puedo comprender que me encontraras sin que yo te buscase.
Cómo ganar y perder kilómetros según la cara que ponga el dado. Cómo inventar de nuevo palabras antiguas y porqué hay verbos difíciles de pronunciar en voz alta sin que tiemblen los ojos. Puedo explicar porqué la distancia no tiene nada que ver con tu cercanía.
Navego sin perder un rumbo que nunca tuve hacia un destino que ni me imagino, mirando estrellas que titilan a mi paso y me arropan para que no sienta el frío. Singladura emotiva por islas inquietas que cambian de estado cuando las llamo por su nombre.
¡Puedo entender todas las casualidades!
Pero, cuando miro hacia atrás y las contemplo todas juntas, el dibujo que se traza, la nube que se forma, el agua que se expande…, intento averiguar dónde estuve y para qué vine. En ese instante, que es la mayor casualidad de todas, me doy cuenta de que no entiendo nada…
Naufrago sobre los acantilados de la melancolía, maldigo mi propia cordura repleta de instantes perdidos.
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