Cuando me sorprendo tarareando alguna melodía, siempre me sacude la certidumbre de que hay algún recuerdo a punto de refrescarme el corazón.
No es que no sepa lo que todo el mundo sabe: nuestra memoria almacena retazos de vivencias y sentimientos de un modo muy poco científico, anárquico, con una lógica indescifrable incluso para uno mismo. Se entremezclan olores, sabores, nombres, imágenes, recuerdos y sensaciones sin orden aparente en una especie de cajón de sastre en el que, sin embargo, cada cosa está en su sitio.
Es el modo de encontrar las cosas que puse en este batiburrillo, lo que no siempre está demasiado claro. Pruebo los caminos lógicos y la memoria me niega nombres y rostros de personas a las que sé que aprecio, versos que me hicieron enmudecer de emoción e incluso números que no hace mucho tiempo invoqué con asiduidad. Y después de un intenso esfuerzo recordatorio, una chispa inesperada, una rima, una imagen distorsionada o un perfume, me devuelven lo que buscaba cuando menos esperaba ya obtener resultados.
El tiempo es un perfecto maestro y, a fuerza de ensayos y de casualidad, nos ayuda a equivocarnos solos. Por eso, he acabado aprendiendo a rescatar del olvido todo aquello valioso que deposité a plazo variable en los fondos del recuerdo: tejo una urdimbre de relaciones y la voy dejando por todos los recovecos que veo libres. No es que sea muy eficiente el método, pero me funciona.
¿Sabes qué funciona siempre? Las canciones. Siempre que noto que me encariño con una persona, sin saber muy bien con que criterio, le asigno una canción elegida con ternura. Así que cuando escucho la música apropiada, pasan por mi mente los pasajes más intensos de mi vida con algún alguien. También al revés, al reencontrarme con mis amigos, oigo sonar, como en los grandes musicales, una melodía que envuelve la conversación con una potencia suficiente para, a veces, interferirla.
Siempre que escucho canciones en el ordenador, mientras estoy escribiendo, como ahora, un desfile de rostros y melancolías me distrae del presente. Visito lugares antiguos, años pasados, amores perdidos y encontrados, e incluso, imagino futuras casualidades hechas a medida. Me resulta muy difícil sustraerme a ese sortilegio musical, sobre todo, porque me encanta que suceda.
En este preciso instante en el que escribo estos pensamientos, de nuevo escuchando canciones, un rostro se pasea por entre estas letras. Si es el tuyo, sería justo, con tu permiso, que me dejaras corretear por tus recuerdos.
¡Espera…! Comienza otra canción… ¿O es la misma?
TANGO PARA ENGAÑAR A LA TRISTEZA
A la ausencia, al olvido, a la nostalgia
mi corazón les pone letra y música
de tango algunas noches, tú lo sabes:
veinte años no es nada. Aunque, a las claras,
bien sabe a quién engaña pretendiendo
engañar, como a un necio, a la tristeza.(Víctor Jiménez, Tango para engañar a la tristeza, 2003)
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