Una colección de instantes

Secreto (Página 9 de 9)

Mil y una noches

(A Sherezade)

De estos mil días, de sus mil noches, se podría extraer una vida inmensa escrita de izquierda a derecha como las páginas de un libro. En el que no haya un renglón que no esté vivo, ni una palabra estéril, ni un pensamiento perdido.

Te trajo pálida el azar, antes de que te diera tiempo a preguntar en dónde te habías metido. Tú te arrepentiste antes incluso de empezar, pero no tuve que esperar a que quisieras irte para saber de mi suerte al haberte conocido.

Me enredaste en aquellas historias al oído como sólo el mar puede derretirse en ruido dentro de una caracola. Me llevaste a tu lado, en tus alas de mariposa, por aires de letras que aún me mantienen vivo persiguiendo estrellas y atrapando sombras.

Mil noches llevas escribiéndome besos en los labios. Mil noches de azar y de suerte que, aunque son dos cosas bien diferentes, siempre vinieron juntas de tu mano.

Quiero invocar esta noche tu ayuda, tu consuelo en mi delirio, para que conmutes mi pena, para ignorar el maldito final de este libro y borrar los augurios del cielo que dicen que mañana será la última noche que nos vemos.

Para romper en tu nombre la frontera de las mil y una, y quemarla con este deseo infinito de que aún me dejes seguir contigo, por lo menos, otras mil noches de luna y laberinto.

Secreto definitivo

Cuando tú no estás —ya está dicho el secreto y muchas veces repetido— me cuelgo de los renglones para mirar al horizonte a través de las letras.

En la tinta se van disolviendo las huellas —según una vieja receta de trovadores y poetas desconocidos— de todo lo que nos apena, nos envuelve, nos ocupa o nos interesa. Diluida o concentrada, saturada o leve, algo de ti se me escapa con ella todas las veces.

Así pues, en la palabra siempre queda —es bien sabido por cualquiera que haya sido sorprendido por sus propias lágrimas lectoras— tu espíritu encerrado, que va destilando su esencia con el alambique de otros ojos que se quedan pegados y la succionan con avidez.

Hablar de ti es poseerte, contenerte, englobarte en tu ausencia. Traerte de nuevo a mi presencia, sonriente, decidida, y empezar contigo otro sueño —¿o es que no es sueño la vida?— más real y menos finito.

Pero, y aunque tampoco es nada nuevo, lo que quizás no esté tantas veces dicho —y por eso quiero advertirte—, es que yo también me siento contenido, agregado, esparcido, en estos surcos resistentes al paso del tiempo y a la sombra del amor y a la niebla del olvido.

Y cuando yo ya no esté y me haya ido —este es mi secreto definitivo—, aún entonces, estas palabras que escribo ahora serán capaces de traerte conmigo, sin mí, ¡ellas solas!

Volveremos a vernos

Han sido mil y una noches de otra vida, de luna y laberinto, de palabras y de versos. Mil y una noches de un vértigo que me ha cambiado por dentro. Podría intentar explicar lo que ha significado para mí, pero no quiero extenderme mucho. No me gustan las despedidas largas, porque le añaden sufrimiento inútil al olvido que viene.

Estoy seguro de que volveremos a vernos en alguna parte, en algún momento, aunque sólo sea un instante, cuando al azar se le crucen los cables y saque de la chistera otro conejo.

Sonríeme entonces. Sonríele a mi recuerdo. Esa será la señal inequívoca de aún queda entre nosotros algún secreto.

Gracias es una palabra que se me queda corta, pero no sé decirlo de otro modo. Gracias por todo…

Instanteca

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