Una colección de instantes

Preludio (Página 18 de 18)

Cuatro palabras

Esto son cuatro palabras. A las que añado, no sé si por inercia o por una fuerza interior que me lo dicta, otras veinte.

Sólo digo tres y avanzo pasitos por otro renglón, hasta que alcanzo la idea evidente tras la número diecinueve.

No me gusta contar los instantes. Seis palabras para decir lo más importante, siete para dejarlo claro y once para que no quepa duda. Cuatro para esta pausa.

No me gusta contar palabras, prefiero que sean ellas las que me cuenten a mí.

Cien palabras para un instante. Cien palabras, dichoso número. Hubiera preferido que desearas mil.

Manías

La última luz que apago siempre es la de la cocina. Camino por el boulevard intentando no pisar las rayas que limitan las baldosas rojas.

Las costumbres se hacen hábitos y estos acaban en manías tontas. Y aunque al principio parecen ordenarte la vida, tarde o temprano, acaban aprisionándola con su rígido transcurso.

Siempre empiezo a subir las escaleras con la pierna derecha, aprieto tres veces las llaves del coche antes de cerrarlo. Procuro saltar de la cama por el lado izquierdo.

Las manías no disuelven los nudos, no encienden la imaginación, no trascienden allende las ventanas, no se enquistan en el corazón y no permiten, de ningún modo, que uno pueda abrir las alas…

Siempre me pongo los calcetines antes que el pantalón, los estornudos me sacuden de cinco en cinco. Nunca me miro a los ojos en un espejo roto.

Y, sin embargo, todas las noches escribo…

Por la boca del mapa mueren todos los tesoros

Tarde o temprano, nada es secreto, porque todas las magias se rompen siempre por el verso más endeble. Por el hilo más fino sale el agua, por la mano más tensa se fuga la arena, de la red más tupida se escapan peces.

Las cerraduras no están hechas para quedarse atrancadas. Su esencia es abrirse y mostrar lo que guardan tras el giro de la llave precisa.

Antes de ser concebidas, ya tiemblan las claves en espera de una mano despierta que las descifre. Ninguna contraseña resiste el ejercicio celoso de los piratas y por la boca del mapa mueren todos los tesoros.

Retorno

¡He estado tan cerca y tan lejos! Caía el sol hecho añicos sobre la pradera de un mar amansado. La curva del horizonte se ceñía a mi alrededor como cuando tus brazos aquellos me recibieron.

Casi podía notar tu pelo flotando en la plaza. He vuelto a ver, bajo los árboles adornados, el frío expectante y frágil de la tarde que aclaraba mis manos hacia tu talle frágil y expectante.

Se nos ha hecho de noche también mientras buscaba tus pasos en la memoria. He recorrido el cruce, el bulevar, la mesa… ¡He estado tan cerca!

Yo llevaba aún frescas las marcas de tu mirada en mi rostro. Tus dedos hilvanados en los míos y tu voz despierta sobre mis hombros.

He vuelto al mismo sitio, al mismo instante de aquella vez. ¡Te he sentido tan ausente —y por eso tan cierta— un año después! ¡Qué lástima que ya no estuvieras!

Belén

Cuando abrió la puerta, nada extraño sucedió. Como si todos le estuviesen esperando, como si no hubiese faltado de allí nunca.

¿Le miraron? Creo que no, que no hizo falta. El decorado en el que nos transcurre la vida no se reconoce por la descripción minuciosa de lo acontecido. No hacemos balance de lo cotidiano ni de lo implícito…

Más bien, los detalles se nos escapan escondidos en la percepción continua de un todo. Un vistazo, un suspiro, una vacilación… y comprobamos que no falta nada, que todo está en su sitio.

Del letargo al que estamos sometidos sólo nos saca la curiosidad, la fatalidad o ese desasosiego interior que sucede cuando notamos algo raro alrededor, que alguien no es como era siempre, que hay un hueco diferente en donde no tenia que haberlo.

Cuando abrió la puerta, nada distinto sucedió. No crujió el universo, no estallaron los cristales de la ventana, no se movió el suelo bajo sus pies.

«¡Hola! ¿Ya estás aquí?», le susurró ella, arqueando las cejas por encima de la mirada perdida.

La temperatura de la estancia se mantuvo estática tras el beso posterior de escayola adormecida. Entonces, nada más, ocupó de nuevo su lugar en la estampa.

Manos de niño encendieron el cielo con luces de colores. Brilló el árbol de plástico y empezó a correr el agua.

Nada extraño sucedió. Todo estaba en su sitio. Pero cuando el niño acercó sus ojos marrones al belén, creyó ver que al San José, borracho, se le escapaba una lágrima.

Treinta y ocho años después, el niño todavía se acuerda.

Doce

Empecé con una promesa, como empieza siempre todo. Y, aunque odio ponerme romántico, ese estado no es nada comparado con el que me produce tu nombre. Por eso te guardo cuidadosamente mientras me lo voy pensando.

No quise nunca despertar niños. Sólo explicar que cuando digo ahora no soy poeta, sino explorador. Que llevo una cartografía adherida en los dedos desde que pude verte con mis ojos.

Este es mi dos mil ocho, en doce textos y en cuatro palabras.

* * * * *

Para todos y para todas, deseo que venga un año lleno de buenos ratos. Y que los malos, que tienen que venir porque son la otra cara de la misma moneda, sean fáciles de olvidar. Besos y abrazos.

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