Cien días es todo lo que queda. Cien pasillos que no conducen sino que desorientan. Cien respuestas vacías a ninguna pregunta.
Cien sopas de letras, cien jeroglíficos, cien puzles desordenados. Cien noches y, quizá también, sus cien lunas y sus cien cielos.
Cien salas quedan, ocultando en ellas cien mentiras, cien dudas, cien aciertos. ¡Cuántas veces supe que estaba escrito este final desde el comienzo!
Cien cartas me quedan, cien ecos dormidos, cien imposibles deseos, cien destellos. Cien delirios. Cien puntos y seguido, cien miradas sutiles, cien versos perdidos.
Y cuando yo solo, mitad Asterión y mitad Teseo, atraviese el umbral y cierre tras de mí la puerta, se esfumarán a la vez, en la realidad de la niebla, el tacto de tu hilo y la imagen del espejo.
Entonces, cuando todo sea nada y el mito se caiga y el hombre y el monstruo estén libres, ya nadie sabrá cuánto me existes, Ariadna.
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