Cuando digo que miro, y aún antes de mirar, tú ya sabes a dónde. Cuando hablo, antes de decir siquiera la primera palabra, tú ya sabes qué sonidos expulsaré por la boca.
Me llevas implícito y no hay camino que siga que no puedas seguir conmigo. No hay complicación, ni aún la más recóndita, que no te ataña. No hay confidencia que desvele, por imprudente, que tú no tuvieras ya prevista.
Secuaces de una sola vida disfrazada del color de vidas distintas, somos criaturas imbricadas en la misma línea de esa mano que nos escribe juntas todas las palabras prohibidas. Cómplices que se salpican espuma de sueños de un mar de fondo que nos arrastra con su marea inconstante hacia una misma orilla.
Nadie duda que puede quererse sin entender, salta a la vista. Pero nadie termina de ser consciente de que es imposible entenderse sin querer, sin quererse, sin dejarse querer, sin implicarse hasta que duele.
Sé que me entiendes perfectamente y que estarás descifrando metáforas en este mensaje que anuncia que tiene que llegar el momento en que se acaben los sobrentendidos, para que tú puedas, por fin, entender lo que yo no me explico.
Aunque, a la vez cómplices y confidentes, ya sabemos muy bien lo que vamos a decirnos.
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