Frío y agua. Así de sencillo es el mecanismo del hielo. Así de simple se establece el espasmo de la nieve y la explosión continua de los cristales.

Sobre la noche, que aparece indudable y blanca en el cielo, como una luna inmensa que se desborda por los laterales, cae la nieve reventando en silencio la piedra más dura, resbalando un crujido en lo más firme de la pisada, atravesando el aire profundo exhalado a la intemperie desnuda.

Diamantes de seda fría caen como mariposas suicidas chocando contra el suelo. Borrando las huellas de los pasos equivocados para dejar espacio blanco en donde escribir errores nuevos.

Ha nevado también en la pantalla de las luciérnagas, pero hay letras negras que se empeñan en romper la virginidad de lo quieto. Formando huellas de silencio que arden de agua y frío.

Cuando esté sepultado el camino, no habrá más remedio que querer leer lo imposible y amar escribir hacia ninguna parte. O esperar que vuelvan —frío y agua de los copos—, las mariposas de seda blanca que lo tapan todo con su baile.