Me tenías en vilo, atrapado en tu tela de araña, enrollado en la persiana de tus ojos, de tal modo, que subía y bajaba en ellos cuando los abrías y cerrabas tan despacio.

Pude huir, es cierto, pero ¿a dónde? ¿Hacia dónde se puede huir cuando tus pasos los guía la curiosidad de quedarse? ¿Cómo esconderse para que no te pueda encontrar quien uno ha imaginado, con tanto detalle, que casi parece real?

Traté de despertarme, lo juro. Me pellizque en el muslo, en la cara, en las redondeces del sueño que me atravesaba. Noté un dolor sordo de pinchazos de realidad, pero lo ahogaron tus palabras en mi oído, tus gemidos, tu manera de acariciar.

Me sentía como un pulso herido, acorralado contra tu ausencia. Por eso tuve que besarte ——¡tantas veces!—— en legítima defensa.