Acércate a mí esta noche y termina de llenar esta luna que hoy se esconde, como tú, más allá de las nubes. Pero no temas, no voy a retenerte tanto como de costumbre; sólo el tiempo preciso para que vuelvas.
Para que vuelvas te tengo aquí, guardada, en el corazón de las palabras que llevo en la boca, la boca de mi corazón deshecho en metáforas. En metáforas que escribo bajito, con la voz queda, con la tinta acolchada en las teclas que voy pulsando despacio, sin ruido, para sentir cómo te acercas.
Para sentir cómo te acercas, para que arrimes tus ojos al otro lado de estas letras y pueda oler, profundamente, tu presencia invisible por todos los resquicios. Para que comprendas que, el secreto, no está en lo que digo.
El secreto no está en lo que digo, ni en lo que quisiera decir, ni en lo que haga, sino en la sombra de aquellas palabras, que me retumban en el oído cuando te montas en lo que escribo y cabalgas con ellas.
Y cabalgas con ellas por dentro de mis pupilas, tatuadas de tu pelo, y en el ruido del mar, que me afina los tímpanos malheridos de silencio. Como explotas en la sal de tu ausencia, tan cotidiana, que entreabre mis labios enfermos de tu nombre de pila cuando escapas atravesando el espejo, y en la brisa.
En la brisa del recuerdo, que me cierra las manos vacías de tu pecho sobre una mancha de tinta y de deseo, que dura sólo el tiempo preciso para que vuelvas.
Sólo el tiempo preciso para que vuelvas; pero no voy a retenerte tanto como de costumbre, no temas. Termina de llenar esta luna que hoy se esconde, como tú, más allá de las nubes, y acércate a mí esta noche.
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