Ha amanecido alfombrada de pétalos del celindo la escalera del patio. Los he visto temprano, al bajar, con las luces del día apenas asomadas a la sombra de las casas.
Cuando me puse a recogerlos, me quedé un rato absorto en el viento que los arrancó, en el dibujo que hizo con ellos el azar y en la melancolía que hay en las ramas que tuvieron que perderlos y ahora quisieran volverlos a encontrar.
Muchas veces me han hecho preguntas sobre el laberinto. Que si para qué escribo, que si para quién, que si digo la verdad o es que me la invento…
No me sorprenden quienes me interrogan, porque todas esas cosas ya me las había preguntado yo primero. Aunque, en ciertos momentos, es inevitable que me resulte cansino responder siempre a lo mismo, en el fondo, me gusta que me den ocasión de explicarme y explayarme a la vez.
Lo que sí que me resulta especialmente difícil, es decir a los conocidos que escribo. Me da tanto pudor que, de hecho, son pocos los íntimos que saben del laberinto, y de entre ellos, menos aún los que se pierden en él. Quizá, quizá, calculando por exceso… ninguno.
A ella me costó menos apuro decírselo, porque es nueva en la costumbre de conocerme y porque me pareció persona prudente y comedida. Se lo dije simplemente, sin más, como el que mira para otro lado esperando impaciente que le vuelvan a preguntar.
Pero ella, sin más, simplemente, con esa inocencia que da la virtud de no dejarse arrastrar por lo evidente, me clavó hasta el fondo su curiosidad:
—¿Y qué escribes?
No le supe responder. Me sorprendió de forma sutil pero rotunda, más que la duda, el que yo no la hubiera tenido primero. Ni siquiera yo mismo recuerdo haberme hecho esa pregunta. Un poco contrariado, le contesté, sin más, simplemente: «No lo sé».
Probablemente no vuelva a asomarse a la ventana, así es el azar, y, aunque volviera, la aguja de la conversación no se enhebrará otra vez con el mismo hilo. Aunque me gustaría, por lo menos, hacerle saber cuánto me ha servido su pregunta.
Por eso, por si acaso el azar es caprichoso, desde aquí le hago saber que le estoy muy agradecido. Porque ahora ya sé, por si alguien, o yo mismo, volviera a preguntar la misma duda, lo que voy a contestar.
Que pétalos son lo que escribo. Simplemente, sin más.
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