Seguramente, de las derrotas, ya está todo dicho. En las canciones, en la poesía y en la prosa, en la persistencia de la memoria y en el azar. No queda entonces mucho que decir que, realmente, no esté de más.
Aún así, contar alivia mucho más que leer y por eso también están llenas las bitácoras, claro, con lo bueno y con lo malo de aquello que se fue. En ellas, vamos escribiendo los pasos del vía crucis y dibujando las sombras de lo que el viento se llevó mientras, a ratos, nos escurre el azúcar entre las manos y, a ratos, soltamos espuma por la boca.
Eso es ahora lo que toca, poner distancia y olvido, sentirse perdedores y vencidos, abandonarse a la melancolía, perderse… y de perdidos, al río. Al río de la tinta electrónica que, a fuerza de teclas y de ratones, va ablandando la ausencia de quienes aún habitan nuestros corazones.
Esperando que el tiempo pase, pasan letras, pasa la vida y cada esquina trae nuevos azares que nos ponen en manos de la ingrata y bendita infidelidad de la memoria.
Pues en el fondo, a pesar de lo negra que es esta hora, hay que creer que, tarde o temprano, pero pronto, llegará otro empate para aliviar la derrota. Que de este juego tan excitante del tú y yo, nunca nadie salió ileso, ni por la puerta grande de la victoria.
Pero, mientras llega ese empate, me echo para adelante y te hago un sitio. Sube a lomos de Rocinante y canta conmigo, aunque sólo sea un instante.
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